Mauricio Maronna
La noche de las cacerolas que derivó en el retiro anticipado del gobierno nacional aliancista alumbró un nuevo factor de poder en la política argentina: la clase media. Sin violencia, los manifestantes que esta madrugada comenzaron a poblar las calles y las plazas de la Capital Federal destilaron su odio no solamente contra el gobierno de turno sino que la emprendieron contra la gestión menemista, las CGT, los empresarios, el FMI e, incluso, contra Mohamed Alí Seineldín. Los sectores de clase media se hartaron de estar hartos y encontraron dos motivos empíricos para hacer tronar el escarmiento: la inmovilidad de sus dineros y la presencia de funcionarios a los que quieren ver lejos del poder. ¿Habrá algo más parecido a una revolución pequeñoburguesa que lo que se vivió esta madrugada en la Plaza de Mayo? Habrá que decir en beneficio del peronismo que le tiraron por la cabeza un país diezmado, sin recursos y en cesación de pagos. Sin embargo, la reaparición en escena de la interna justicialista y de dirigentes más preocupados en los tiempos electorales que en los padecimientos concretos de la gente operó como un nuevo bidón de nafta rociando el incendio. "Cambió la historia: la gente no entiende que si se ordena liberar los depósitos se cae el sistema financiero de la Argentina. Pero también fue una locura haber creído que solamente pedían que se fuera De la Rúa. A nosotros, si seguimos así, también nos van a barrer", dijo esta madrugada a La Capital un alto funcionario de la Gobernación santafesina mientras observaba las imágenes de la Plaza de Mayo. Escuchando los gritos destemplados del tipo "que se vayan todos", la dirigencia deberá darse cuenta de que el país está desnudo y no se lo puede revestir con maquillaje. Pero ningún iluminado deberá creer que la sociedad pide un regreso a las peores épocas de autoritarismo y represión. De la crisis solamente se saldrá con más y mejor política. Aunque Carlos Grosso haya renunciado.
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