"Basta de hambre y represión". Primer síntoma de que los acontecimientos que sacudieron al país no pasaron desapercibidos para el público, el mismo que generalmente es criticado por su poca predisposición a los compromisos que vayan más allá de una pelota. La inscripción pudo verse claramente en la popular de River sobre una tela blanca y con letras negras. No muy prolija, pero a la altura de las circunstancias y claramente preparada para la ocasión. "El pueblo unido, jamás será vencido", "Argentina, Argentina". Desde la popular de River bajó el mensaje que en algunos momentos derivó en insultos para la ex conducción nacional, pero la señal, por si hacía falta, fue muy clara. En ningún momento hubo cánticos partidarios, sólo el reclamo de un pueblo, o una porción de él, que está acostumbrado a otro tipo de manifestaciones. El poderío de River está instalado desde siempre y no es común que se ocupe de agentes externos al Monumental. Esa caja de resonancias que casi siempre cobijó triunfos, alegrías, poder y exquisitez, ayer fue protagonista de una propuesta mucho más humilde y comprometida. Ante la primera convocatoria popular importante, la gente volvió a dar su veredicto y cumplió con un ritual muy poco frecuente en las canchas: dejar de lado por un rato la camiseta para ocuparse de consignas y necesidades sociales mínimas imprescindibles. Quizás ayudados por la apatía del equipo primero y por la goleada y la conquista de Racing después, los millonarios reciclaron los cánticos que se sienten como feroces protestas surgidas de una masa acostumbrada a gritar por cuestiones mucho más banales. Cada mensaje produjo la misma simbiosis: los millonarios dejaban de ser abrumadora mayoría y los canallas un escaso rinconcito auriazul. De a ratos, los colores del fútbol se decoloraban y mutaban por los de la bandera. En tiempos en que el deporte más popular del país vive atribulado por la violencia que lo acosa porque se transforma en un escenario perfecto para delinquir, ejercer la violencia y esconderse en la multitud, resulta reconfortante notar que es posible borrar los antagonismos. Lástima que sólo pueda comprobarse en momentos límite. Aunque parezca mentira para un sector del público, durante la primera mitad, fue prioritario ese mensaje. Después, claro, con el orgullo herido, los millonarios comenzaron con la tradición del que necesita demostrar su poder popular a pesar de la adversidad. Hasta gritaron un gol ficticio de Vélez cuando el 6 a 1 ya era recuerdo. Y después llegó el momento de copar las calles de Núñez a como dé lugar, casi desinteresándose del objetivo incumplido e intentando despojarse, o en todo caso disimular, el dolor que les generó el título de Racing.
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