Sobre el impactante azul del firmamento mendocino, las altas cumbres de la cordillera de los Andes se levantan soberbias, coronadas por retazos blancos de nieve. Esas masas heladas permanentes desafían a los rayos del sol, desviándolos hacia la tierra, donde encandilan la mirada absorta de quienes contemplan boquiabiertos tamaña belleza.
Nadie se atreve a hablar por no romper el encanto que produce el sonido del silencio. Ese paisaje obliga a respirar hondo con afán de llenar los pulmones de aire limpio. Por contraste fluyen como un recuerdo las corridas por las grandes urbes, los bocinazos y las noches de insomnio. Estos pensamientos se entrecruzan y llevan a pensar cómo es posible que estos dos lugares convivan en un mismo mundo.
Mientras, el sol descorrió la nieve que cubría las laderas del valle de Las Leñas, donde grandes esquiadores suelen mostrar sus hazañas y con la llegada del verano, el valle, ubicado a 2.200 metros sobre el nivel del mar, muestra otra cara y ofrece variadísimas opciones de turismo aventura para todas las edades.
Rocas en jaque
Cuatro ruedas de tramas profundas, sin miedo a sortear las dificultades del terreno pedregoso, sostienen confortables camionetas. Sentados, con el cinturón de seguridad ajustado, comienza la travesía hacia la Laguna Blanca.
Por la ruta 222 avanzan en fila india los vehículos del equipo oficial Mitsubishi. En cada curva del camino se aprecian paisajes diferentes, desde montañas oscuras, producto de la roca volcánica, hasta valles de verde intenso (vegas) producidos por vertientes, donde pastan cabritos y corderos. En Los Molles aún se pueden ver vestigios de las vertientes de aguas termales sulfurosas.
Un poco más adelante se aprecia el cerro El Soñado, de 5.300 metros, detrás del cual se estrelló el avión de los uruguayos, en una conmovedora historia que relató la película "Viven".
Luego de descender por un abrupto sendero pedregoso, las camionetas se detienen frente a un amplio espejo de agua. Es la laguna la Salinilla, donde nadan apaciblemente los cisnes de cuello negro.
Al retomar el camino hacia Laguna Blanca, las camionetas se enfrentan a escarpados caminos. Las ruedas incansables muerden las rocas, buscando un sostén para alcanzar la cumbre y rápidamente descender un tobogán pedregoso. Luego de esos vertiginosos saltos las cuatro por cuatro atraviesan una extensa llanura hasta Laguna Blanca, llamada así por estar rodeada de "yeseras", montañas blancas cargadas de yeso. En este lugar se puede practicar windsurf, canotaje y pescar pejerreyes. En sus orillas cabritos y caballos pastan en un silencio absoluto, con el magnífico telón de fondo de los Andes.
Tesoros ocultos
La seguridad es el factor principal al comenzar la tirolesa. Por ello los guías se ocupan de explicar a cada participante cómo se llevará a cabo la aventura. Lo importante es ajustar bien el arnés, que servirá para atravesar el río y trepar la montaña.
El primer obstáculo es el río Salado. Una cuerda, sostenida por dos palos de madera de cada lado, lo atraviesa. Sobre ella se cuelgan los ganchos que llevarán a los turistas hacia el otro lado. Furiosa, el agua desciende desde las altas cumbres y estrepitosamente irrumpe sobre las rocas provocando un bramido ensordecedor.
De regreso, la travesía permite conocer sitios sorprendentes en medio de la montaña. Uno de ellos es la laguna de la Niña Encantada. Abrazada por rocas gigantes aparece el espejo de agua que deja absorto a los paseantes por el color turquesa intenso que muestra.
Las exclamaciones dejan paso al silencio para contemplar esa belleza única y escuchar de boca de los lugareños múltiples leyendas que se ensayaron para adjudicar a los nativos la existencia de este enclave paradisíaco. A través de las aguas transparentes, de 9 metros de profundidad, desfilan las truchas, que llegan a pesar 6 kilos. En esta laguna se practica buceo por las cavernas, donde la profundidad llega a los 75 metros. Allí abajo hay luz natural que se filtra a través de las rocas.
Alrededor de la laguna, que en verano ofrece un agradable refresco, se ha establecido una zona de camping con despensa y servicios. Además desde allí se organizan cabalgatas, recorridos en cuatriciclos y escaladas.
Adrenalina de montaña
El apacible valle de Las Leñas, gerenciado por la empresa Las Leñas SA que posee 280 mil hectáreas, en el verano se transforma en terreno propicio para desconectarse de la febril actividad y emprender aventuras impensadas.
Desde la mañana los vaqueanos preparan los caballos para cabalgar por los cerros. Ellos conocen el camino hacia miradores desde donde se puede observar la inmensidad de la cordillera, y abajo, muy chiquito, el valle con los tejados rojizos de los hoteles.
Estas excursiones, según el recorrido, tienen distinta duración. Los animales son mansos y expertos conocedores de la montaña. Las excursiones se organizan para toda la familia, pueden montar niños de 6 años hasta adultos de 60. Para los más avezados se organizan cabalgatas de más de un día, donde se duerme al ras del cielo.
Tirolesa, rafting, escalada, mountain bike y rappel son las actividades imperdibles del valle. El vértigo de la aventura se apodera de los visitantes que, dirigidos por los expertos guías de la gerencia de atención al huésped, se animan a emprender los distintos desafíos recreativos.
Desde el mástil donde cuelga el cable la vista se detiene frente al amenazante río que no interrumpe su feroz paso, arrastrando ramas y rocas. El gancho del arnés, colocado en la cintura, engancha el cable y como riel, será el encargado de llevar al aventurero hasta la otra orilla.
Los brazos empujarán el cuerpo sostenido por el gancho en la cintura. En el medio del trayecto se sentirá el cuerpo suspendido, movido por el viento, mientras el agua no deja de rugir. La aventura recién empieza. Ya en la otra orilla las paredes de la montaña serán el nuevo objetivo. Habrá que descubrir los huecos donde colocar los pies y comenzar la escalada.
Desafío de la naturaleza
Casco, por si hay derrumbe y una soga bien atada junto al arnés es el equipo necesario para comenzar la escalada, donde una vez parado con la nariz en la pared rocosa habrá que encontrar el camino a la cumbre. Allí uno está solo para descubrir cuál es el hueco donde poner el pie y aferrarse a esas rocas que se asoman al vacío.
Una vez arriba habrá que bajar "hacia atrás". El guía da la orden: "sentate en el aire". En ese momento la adrenalina corre por la sangre y el corazón se acelera. Existe un segundo de incertidumbre extrema, cuando el cuerpo se tira hacia atrás "sentándose en el aire" -frase clave del rappel- hasta que la cuerda se tensa y frena la caída.
Así comienza el descenso. Sin mirar hacia abajo y sin más apoyo que la planta de los pies sobre la pared, sentado en un arnés, se desliza la cuerda hasta que los aplausos anuncian la llegada a la superficie plana. La cálida bienvenida hace que el incipiente escalador recupere la respiración y sienta la satisfacción de haber superado el desafío de la naturaleza.
Turismo rural
Además de las actividades de riesgo, el valle también ofrece otras alternativas para quienes prefieran disfrutar de la serenidad del campo. En pleno valle mendocino se encuentra la estancia Coihueco, ubicada en el kilómetro 309 de la ruta nacional 40, a unos 60 kilómetros del complejo.
Entre grandes arboledas se levanta la antigua casona, que se recicló con buen gusto y calidez. Al llegar, los aromas de la cocina tientan al visitante a disfrutar de los típicos sabores de la región. Expertos asadores preparan los clásicos chivitos malarguinos, los paté de cordero, los escabeches preparados con carnes de cerdo y las exquisitas truchas salmónidas. Junto con esto no falta el pan casero y los excelentes vinos mendocinos.
La estancia está preparada para alojar a 16 personas y tiene incluida una granja educativa. Posee un estanque con patos, caballos y conejos, entre otros animales criados por los propios dueños.