Juan Alberto Delgado estaba en la esquina de Necochea y Pasco cuando la policía lanzó gases lacrimógenos para dispersar a un grupo de gente que pedía alimentos o intentaba entrar por la fuerza en un negocio. El no lo resistió y cayó desvanecido. Fue entonces cuando, según testigos, un policía se le acercó y disparó a quemarropa, desde unos tres metros. Juan es uno de los muertos que dejaron los violentos incidentes del miércoles en Rosario.
Quien cuenta esta versión sobre su muerte es Catalina, una de sus 8 hermanas. Su relato es claro, pero por momentos la voz se le corta por la emoción y hay que darle tiempo para que se recupere.
Catalina cuenta que Juan tenía tres hijos, de 6, 4 y 3 años. Quizás porque la rabia y la indignación no se lo permiten, ahora no recuerda el nombre del más chico. Los otros dos son Estefanía y Jonatan. El muchacho vivía en concubinato.
"El se la rebuscaba como podía", dice. Compraba y revendía flores en la calle, y hacía changas de albañil cuando la ocasión se presentaba. De eso vivía. Ultimamente estaba trabajando en la casa de un médico cerca de donde lo mataron.
La mujer está segura de que lo mató un policía con una itaka. Se lo contaron los vecinos. "Incluso tenía balas de goma en el costado del cuerpo", cuenta mientras espera el resultado de la autopsia y vuelve a quebrarse. Es más: ella cree que los vecinos conocen al policía, y que este conocía a Juan porque tenía antecedentes.
"Estoy segura de que por eso lo mató", dice, y una vez más el llanto ahoga sus palabras. Mayra Hernández, la pareja de Delgado, avaló esa versión ayer en Tribunales: "Hace un tiempo Juan me acompañó a tomar el colectivo en la esquina de Pasco y Necochea cuando pasó caminando un policía. Juan me dijo: «Ese cana me tiene bronca y me juró que me va a matar». No puedo creer que lo hayan matado justo en esa misma esquina".
Dos mujeres y un mismo final
Las dos tienen el mismo origen humilde y las dos también tuvieron el mismo final: una bala les quitó la vida cuando ni siquiera participaban de los saqueos a supermercados ocurridos el miércoles a la tarde. Graciela Marta Acosta, de 35 años, y Yanina García, de 18, murieron a causa de lo que los forenses llaman hemorragia masiva de tórax y abdomen ocasionada por una posta de plomo.
Acosta era viuda, con siete hijos de entre 4 y 14 años. Anteayer a la tarde estaba a una cuadra del supermercado La Gallega de Villa Gobernador Gálvez. Era ama de casa y vivía en el Fonavi ubicado en el camino Guereño. Hacía cinco meses que estaba en la ciudad, antes vivió en Granadero Baigorria, de donde se mudó a causa de los vaivenes económicos. También colaboraba con la Comisión de Derechos Humanos de esa ciudad.
Su situación económica era más que apretada porque subsistía con 140 pesos de una pensión y la ayuda social que le brindaba la Municipalidad. Con 7 chicos a su cargo y ese magro ingreso, Graciela se vio forzada a repartir los hijos en casa de familiares. "Como no nos podía tener a todos se quedó con tres. El resto están con algunos parientes", comentó Carmen Zeoli, su ex cuñada y la única persona que se acercó al Instituto Médico Legal para completar los trámites de rigor.
Según un dictamen previo de los forenses, el cuerpo de la mujer fue atravesado por una bala en el abdomen. "Hay testigos que vieron que la balearon por la espalda", asegura Zeoli, "además no estaba en ningún saqueo, sino a una cuadra de La Gallega mirando como una espectadora de lujo". Ayer, Graciela era velada en la casa de su ex cuñada, mientras trataban de ubicar a su hermano, el único familiar de sangre que vive en las islas.
A medio metro de su casa
Yanina García estaba en la vereda de su humilde casilla de Pasco 4590. Minutos antes antes había sostenido en brazos a su hijita de dos años. A una cuadra, en Pasco y Gutenberg, se producían saqueos y violentos enfrentamientos entre policías y manifestantes. "Se oían disparos por todos lados. La policía tiraba a mansalva", recuerdan sus familiares.
Yanina estaba a medio metro de la puerta de su casa cuando fue alcanzada por un proyectil. "Le dijimos que se quedara adentro, pero salió para ver qué pasaba", comentó la tía. A la chica la velaron en la casa de sus padres, en la villa de Felipe Moré al 1800, y ningún familiar directo quiso hablar.
Los vecinos iban llegando a pie y en bicicleta a expresar sus condolencias en medio de un calor abrasador. En las caras de dolor se reflejaba el cariño que sentían por la chica. "Siempre vivió aquí, la conocemos de chiquita", dijo un hombre mientras le indicaba a La Capital por dónde se accedía al velatorio.
"Lo más triste es que Yanina no salía nunca. Era ama de casa y su marido era el que salía a changuear. Trabajaba para la nena y nunca se le hubiera ocurrido ir a robar y menos pararse delante de la policía", sostuvo una chica de menos de 20. "La policía disparaba a cualquiera, había mucha gente inocente", agregó.
La otra persona asesinada por un disparo de arma de fuego fue Rubén Pereyra, un vecino de barrio Las Flores de 20 años, que sufrió una lesión similar cuando un grupo de hombres intentaba detener camiones en la autopista Aramburu.
Pereyra tenía 20 años, se dedicaba al cirujeo y vivía en una casilla ubicada a metros de la autopista Rosario-Buenos Aires. Según su concubina, María Martínez, no tenía antecedentes penales.