Resulta un mito pensar que con la devaluación se solucionan los problemas de Argentina. En el Estado se llevan adelante tres políticas: cambiaria, monetaria y fiscal, y en el país la convertibilidad hizo que las funciones del Estado se reduzcan a la política fiscal. Como el Estado es muy ineficiente, en los últimos 10 años no logró en ningún caso superávit presupuestario, y las privatizaciones sólo sirvieron para financiar el déficit pero no para realizar reformas estructurales.
El mayor déficit del Estado incrementó la tasa de interés doméstica, y llevó el endeudamiento argentino al equivalente del 60% del PBI, cuando debería estar en niveles no superiores al 40%.
Si esta clase política gestiona pésimamente lo fiscal, ¿cuál hubiera sido el resultado si manejaba al unísono las tres políticas? Sin lugar a dudas que el resultado sería mucho peor que el actual.
En tipo de cambio fijo el Banco Central necesita sólo un buen cajero, mientras que con tipo de cambio flotante es necesario un gran administrador, ya que deberá trabajar muy duro sobre la cantidad de moneda.
En ambos casos, para no producirle una quita de competitividad al sector privado, el sector público debe trabajar con equilibrio presupuestario, ya que el déficit del Estado es tan nocivo con tipo de cambio flotante, como fijo.
El tipo de cambio flotante permite reducir los costos en pesos, y en cambio desata una mayor desconfianza entre los ciudadanos que están dolarizados de hecho.
Por otra parte, como los ahorros están en dólares, los créditos también están en dicha moneda y por ende se verán altamente perjudicados los que tienen créditos. Como el mayor problema del país es la falta de capital, y consecuentemente la escasez de crédito, una medida de este tipo terminaría por exterminar a la producción nacional a pesar de lo mucho que se resalta el beneficio de ser más competitivos. Sólo quedaría en el mercado el que trabaja con capital propio y puede soportar la ola de quebrantos que se den a su lado.
El sistema financiero
¿Cómo resolver los problemas del sistema financiero si pasamos a un tipo de cambio flotante? En verdad, la solución es única y el mayor sobrecosto deberá caer en manos del Estado, lo que implica un empobrecimiento de aquellos que no tomaron crédito y una vez más un subsidio absurdo hacia los que no trabajaron con capital propio o arriesgaron para crecer, produciéndose implícitamente una penalización hacia los que trabajaron con capital propio, o fueron conservadores y no arriesgaron.
Los bancos, por definición, cuentan con un capital, y sobre ese capital compran y venden dinero. En nuestro país más del 80% de las colocaciones a plazo fijo se realizan en dólares (comprar dinero), y luego se otorgan créditos en dicha moneda (venta de dinero), teniendo muy en cuenta los plazos de captación del dinero que también deben estar calzados.
Por lo tanto, las entidades financieras tienen dólar contra dólar y plazo contra plazo, una devaluación del signo monetario llevaría a que los endeudados en dólares verían cambiar abruptamente su flujo de fondos, y se encontrarían imposibilitados de pagar.
Para ello podría haber varias soluciones. Una de ellas es que el Estado se haga cargo de la diferencia a través de un subsidio. En este caso operaría un aumento del gasto público, que implicaría más déficit y esto impulsaría a la suba el tipo de cambio flotante, lo que haría más alto el subsidio y caeríamos en una vorágine de devaluaciones sucesivas, endeudamiento del Estado y déficit imposible de parar.
Otro elemento a tener en cuenta sería que con una devaluación tan importante por delante, los bancos podrían mantener el valor de la cuota que pagan los que tomaron un crédito en dólares pero aumentando el plazo de repago, esto es muy bueno y sería la solución.
Pero, no obstante, cuenta con un gran problema, ya que al alargar los plazos de cobro no se aumentan en forma automática los plazos de los ahorristas, por ende en algún momento el sistema puede quedar descalzado y alguien tendrá que acudir a poner el dinero que falta. Ese alguien será el Estado y estarán allí los problemas antes citados: aumento del gasto, más déficit, y como el tipo de cambio sería flotante habría devaluaciones adicionales que acrecentarán el problema adicional.
La conclusión es que ante una devaluación del peso hay dos salidas bien claras: se subsidia al sistema financiero para que no quiebre (el sistema y los tomadores de crédito) o se deja que quiebre el sistema financiero. Los problemas en la economía argentina históricamente han derivado de problemas de equilibrio y desequilibrio producido por las relaciones entre política cambiaria, monetaria y fiscal.
En la actualidad, sólo se tiene política fiscal, ya que el tipo de cambio es uno a uno, y la política monetaria es nula.
Si llevando adelante sólo la política fiscal el país se encuentra en esta situación económica, dejando el manejo de las tres variables a la actual clase política, resulta muy probable que la economía esté mucho peor, ya que Argentina carece de buenos funcionarios que gestionen adecuadamente las políticas públicas, y sería muy preocupante que comiencen a manipular el valor de la moneda que es el bien más preciado que tiene un Estado. Si no podemos administrarla, o de hacerlo lo haríamos mal, lo mejor sería no tenerla momentáneamente (dolarización) hasta tanto surja una clase dirigente que sea creíble y eficiente para llevarla adelante.
Encarar una política monetaria por parte del Estado implica varias alternativas:
a) Cambio libre flotante y tasas de interés libres. Se supone que si el mercado de cambios es libre y la tasa de interés es libre, el tipo de cambio nominal estaría fijado por la política monetaria. En otras palabras, el déficit del presupuesto sería el determinante del tipo de cambio nominal.
Ahora bien, queda por determinar entonces cuál sería el tipo de cambio real, por una parte, y la tasa real de interés de mercado, por la otra. Podría decirse que la tasa de cambio del tipo de cambio seguirá pari passu las variaciones en la cantidad de dinero.
Entonces, ¿de qué dependerá el tipo de cambio real? Pues va a depender de la expansión del gasto público en términos reales. Y esa expansión habrá de depender de la relación entre la expansión nominal del gasto y la tasa de expansión de la cantidad de dinero.
De esto se desprende que si se abandonara la convertibilidad pasando a un tipo de cambio flotante, no sólo habrá que administrar adecuadamente el presupuesto del Estado, en materia de reducción de gastos y tratando de recaudar más impuestos, sino que al unísono se debe dar una política monetaria en sintonía con la política fiscal.
En la actualidad no sabemos, no podemos, o tenemos serias limitaciones para llevar adelante nuestra política fiscal sin tener en cuenta la política monetaria. Quien crea que podemos llevar adelante ambas, coordinadas y en forma correcta, está hablando a las claras de que hay profesionales adecuados para llevarlas adelante, sin importar la falta de confianza actual. Es poco probable poder hacer política monetaria y fiscal al mismo tiempo en el actual contexto económico y político.
Hacer flotar el tipo de cambio y hacer política monetaria no nos eximirá en ningún caso de realizar ajustes presupuestarios importantes. Quienes pregonan este tipo de política desean realizar un ajuste que luce sin dolor, cuando en verdad al convivir en una economía dolarizada, un ajuste de este tipo es mucho más doloroso que ir por el ajuste del presupuesto actual, ya que la mayoría de los agentes económicos esta dolarizado y el sistema financiero quebraría.
b) Control de cambio y tasa de interés.En este caso se refiere a la situación que deriva de establecer controles directos en una situación de desequilibrio. La alternativa es del mayor interés por una doble razón: la primera es que ha quedado demostrado que, a partir de una política fiscal dada, el mercado financiero y cambiario per se no sólo es incapaz de compensar el desequilibrio sino que puede llegar a magnificarlo. La segunda es de carácter eminentemente político ya que se sabe que en general se percibe en la clase política una mayor voluntad a intervenir la economía.
Es indudable que existe una relación directa entre el tipo de cambio y la tasa de interés. La tasa de interés activa en Argentina es alta por varias razones entre las que se destacan el enorme gasto público imposible de financiar que incrementa la incertidumbre de mercado; y por otra parte la alta morosidad reinante en el sistema, que eleva los tipos de interés.
Con este diagnóstico, cualquier medida que intente poner un techo a la tasa de interés hará que los ahorristas tomen un atajo, sacando el dinero de los bancos que abonan una tasa que no es real.
Si se toman medidas de este tipo, el único camino que queda es incrementar la intervención hasta niveles extremos, hasta tanto se tomen las medidas correctivas en materia de política fiscal o cambie el contexto político para retornar al escenario de libre mercado.
c) La tasa controlada y el tipo de cambio.Tan pronto como se establece el control de cambios aparece un mercado paralelo que puede ser legal o ilegal pero que siempre existe. La diferencia entre el tipo de cambio oficial y el extraoficial, libre o paralelo, dependería fundamentalmente de la diferencia entre el tipo de cambio oficial y lo que se podría denominar el tipo de cambio de equilibrio.
En una primera aproximación se puede decir que cuanto más elevado fuera el tipo de cambio oficial menor sería la brecha entre éste y el libre. De la misma forma puede decirse que cuanto más libre sea el mercado extraoficial menor será la brecha.
Como se observa, con tasa controlada y tipo de cambio a fijar, el determinante sigue siendo el diferencial entre la tasa doméstica y la tasa de interés internacional.
Una menor tasa en el mercado domestico siempre indicará menores necesidades de financiamiento, que están ligados a la política fiscal, que implica déficit o superávit del Estado.
Por más que se piensen miles de argucias monetarias, siempre se culmina hablando de la política fiscal, llegando a la conclusión de que los controles no sirven de mucho en la economía y los inversores sólo respetan los flujos de fondos proyectados del Estado, que necesariamente deben ser positivos para un país como Argentina.