Desde la lejana década del sesenta, Paul McCartney y Mick Jagger siempre fueron como el agua y el aceite. El primero, desde los Beatles, representó al joven maduro que buscaba nuevas experiencias pero que no rivalizaba con el mundo de los mayores. El segundo, desde los Rolling Stones, se convirtió en el paradigma del rebelde, el joven desbocado que desafiaba al universo de los adultos. En los setenta, mientras McCartney mantenía un matrimonio estable, Jagger hacía carrera como playboy internacional. Ahora parecen estar un poco más cerca, pero son sólo apariencias.
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