Muchos conspiraron contra el censo. El gobierno con sus tradicionales indefiniciones, marchas y contramarchas. De la Rúa que no dio el ejemplo y decidió seguir el operativo fuera del país y regresar a horas de su finalización. Los empresarios que no respetaron el feriado nacional y convocaron a sus empleados a trabajar (¿el Estado no va a ejercer su poder de policía para sancionarlos?). Algunos políticos y periodistas que los días previos incitaban irresponsablemente a la gente a no abrirle la puerta a los censistas o a contestarles cualquier cosa. Pero pese a este clima que sólo profundizó la sensación de vivir en una sociedad desarticulada, sin espíritu colectivo y cívico, la inmensa mayoría de la gente mostró estar a la altura del acontecimiento y prestó su colaboración. Primera imagen: todos los negocios del centro rosarino abiertos, pero las calles desiertas. Segunda imagen: las familias esperando en los barrios al censista en las puertas de sus casas. Tercera imagen: los censistas encontrándose con historias conmovedoras durante su breve paso por los hogares argentinos. Mientras que una parte de la opinión publicada se burló del censo, la opinión pública entendió de la importancia de saber cuántos somos, cómo somos y cuál es nuestro perfil como sociedad. El censo es un acto cívico integrador, y es una herramienta insustituible e indispensable para el diseño de políticas sobre educación, vivienda, empleo, salud, asistencia social así como para otras decisiones de carácter estratégico. Por todo esto era importante que este censo se realizara. Y un párrafo aparte merecen los maestros, que una vez más no se hicieron los distraídos y se comprometieron. Pese a tener sobrados argumentos para protestar (bajos salarios, malas condiciones laborales, no pago del incentivo docente), ayer estuvieron en las calles de todo el país luciendo orgullosos sus guardapolvos. Golpearon puerta por puerta, para escuchar a la gente.
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