Así fue, paso a paso, el tenso diálogo entre el juez y el detenido: -Quiero que me traslade a Rosario-El reo estaba sentado frente al juez, custodiado de cerca por tres guardiacárceles. Cuando el juez le explicó que no podía hacerlo, se levantó abruptamente, se atrincheró en un rincón del despacho y sacó una hoja de afeitar. -Si no me traslada, me corto y lo contagio de sida -agregó el preso. Kesuani no dio ninguna orden a los custodios sino que intentó convencerlo personalmente de que no lo hiciera. -Dáme la hoja y seguimos hablando -respondió. El detenido aseguró que tenía muchas cosas para decir y que nadie lo escuchaba. Para entonces, todos en el juzgado estaban muy asustados. -Su mamá está afuera. ¿Quiere que la haga pasar? -dijo el juez, que pensó que así descomprimiría la situación e invitó a la mujer a entrar en su despacho. Le extendió una silla cerca del hijo pero no sirvió de nada. El muchacho dijo: "Me voy a cortar" y no hubo tiempo de evitarlo. Transcurrieron unos cuantos minutos, cada vez más tensos por la pérdida de sangre del detenido, hasta que Kesuani ordenó llamar a la médica forense. -Siéntese, que lo voy a curar -Fue lo primero que dijo la doctora Cadierno al ingresar al juzgado. El detenido no obedeció y entonces la forense levantó la voz, repitió la orden y su interlocutor accedió. -Hoy se queda en Rosario, después vamos a ver -dijo el juez. Cuando ya estaba vendado, Kesuani pidió al reo que tratara de tranquilizarse y prometió que todas sus garantías serían respetadas. La trinchera, como llaman muchos funcionarios judiciales a estos juzgados, finalmente había vuelto a la normalidad.
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