 |  | Editorial Peligro en la isla
 | El grave incidente del que fue víctima un grupo de jóvenes rosarinos en la vecina costa entrerriana durante el transcurso del jueves y viernes pasados enciende una luz roja de alerta sobre el futuro de esa maravillosa región natural en relación con su adecuado aprovechamiento turístico. Es que los niveles de violencia registrados, sumados a la impunidad con que se los recompensó hasta el momento, no pueden sino preocupar a quienes comprenden la magnitud de la importancia que posee la seguridad en esa zona, si es que se la quiere convertir en un lugar adecuado para el sano esparcimiento familiar y la práctica de los deportes náuticos. Del hecho dio cuenta oportunamente La Capital. Un breve resumen de lo acontecido incluye la incomprensible actitud de un poblador de las islas que repelió a balazos a seis excursionistas de Rosario que habían llegado hasta allí, simplemente, a acampar. Pero el irascible sujeto, quien al parecer no hacía lo que hizo por primera vez, no pudo ni quiso contener sus impulsos hostiles y, entre insultos de grueso calibre, comenzó a disparar sobre los azorados adolescentes, que sintieron un miedo que acaso no habían experimentado en toda su vida. Sin embargo, lo que contribuye a reforzar la gravedad de lo sucedido es el insólito modo de comportarse de la policía de la vecina provincia de Entre Ríos, que no sólo no reprimió al energúmeno sino que hasta pareció exhibir una suerte de sospechosa connivencia con él. Las declaraciones del ministro de Gobierno santafesino, Lorenzo Domínguez, no hacen más que incrementar el grado de preocupación. "Es un episodio más de los muchos que pueden suceder este verano", comentó el funcionario, dando a entender que en materia de seguridad las deudas pendientes resultan demasiadas. En tal sentido, por ende, cabe ser expeditivos en el terreno de los requerimientos: se torna imprescindible un diálogo que produzca consenso entre los responsables respectivos de Santa Fe y Entre Ríos a fin de fijar políticas comunes de protección de los turistas. Y, además, corresponde exigir y verificar que no se conviertan, tal como lamentablemente suele ocurrir, en letra muerta. Es decir, lo que se necesitan son hechos, y no manifestaciones bienintencionadas. Ya que lo que se halla en juego son, más allá de consideraciones de índole económica o social, vidas humanas. ¿O no fue eso lo que peligró cuando un delincuente -porque de eso se trata- oprimió, descontroladamente, el gatillo?
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