Mauricio Maronna
"Así como está, este partido no sirve para un carajo", dijo Carlos Chacho Alvarez a fines de 2000, cuando el Frente Grande era un rompecabezas. A esa altura ya se sabía que la Alianza (y también el Frepaso) sobrevivía con respirador artificial. Ayer la mayoría de los legisladores frentegrandistas decidió quitarle la máscara de oxígeno y consumó en lo formal lo que estaba suficientemente claro en los hechos: romper la Alianza oficialista en Diputados. La sucesión de renuncias de Alvarez (a la vicepresidencia, a su partido y a la política cotidiana) convirtió al Frente en una estructura gelatinosa e incapaz de detener el éxodo de dirigentes que partían seducidos por liderazgos testimoniales de ocasión (léase Elisa Carrió o Luis Farinello). Darío Alessandro, jefe del bloque aliancista en la Cámara baja, tuvo que extremar el contorneo de su cintura política tratando de evitar que la explosión llegara a la cúpula del oficialismo vergonzante. Sin su máximo líder, sin fuerzas para cogobernar e instalar un proyecto alternativo y con referentes corroídos por el descrédito (Graciela Fernández Meijide, Alberto Flamarique, Alejandro Mosquera y Mary Sánchez, entre otros), el Frente oficial se convirtió, apenas, en una agencia estatal de colocaciones para unos pocos privilegiados. Sin embargo, el delarruismo se iba a encargar de echar a casi todos los funcionarios sobrevivientes (Nilda Garré y Juan Pablo Cafiero fueron los últimos). Huérfano de conducción, y de ideas, hoy se puede responder a la pregunta que formulaba un personaje de "Todo por dos pesos" ("¿Dónde está el Frepaso?"): el Frente ya fue. ¿Y Chacho? La mejor definición la dio la ensayista Beatriz Sarlo: "Chacho es un especialista en gestos y un aficionado cuando tiene que construir el proyecto que está contenido en el gesto. Su destino político es problemático". Ya no sirven los gestos.
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