| | El cazador oculto: Vivir con miedo a la televisión
| Ricardo Luque
¿Quién le teme a los electrodomésticos? Qué buen título para una película de Alex de la Iglesia o de Sam Raimi, ¿no? Una historia de ciencia ficción bizarra, vagamente inspirada en "Los pájaros" de Alfred Hitchcock, en la que la gente tiembla ante la sola presencia de una licuadora o un secarropa. Toda una promesa de cine de super acción, ése que mataba el aburrimiento de las tardes de los sábados, aquellos lejanos y buenos tiempos de infancia. Ahora, pensándolo friamente, nadie en su sano juicio puede imaginar siquiera que todos esos artefactos que acompañan mansamente la vida cotidiana puedan encerrar algo siniestro. O no. Porque si se hace un repaso de la agenda de los noticieros de espectáculos de los últimos días el asunto aparece recurrentemente. ¿Cómo? Sí, parece que de un tiempo a esta parte, la corte de enamorados de la TV que encabeza el buenazo de Andrés Percivale ve al mismísimo demonio en esa caja de madera con una ventana de cristal que domina el living de las casas de hombres y mujeres alrededor del mundo, salvo en los dominios de los Talibán, claro. Su repentino cambio de humor tiene nombre y apellido: Pablo Heredia. ¡¿Quién?! El joven simpático y bien parecido que abandonó la casa de "Gran Hermano" después de sufrir, supuestamente, un colapso emocional. El episodio, al que los programas de chismes vespertinos exprimieron hasta el hartazgo, erizó la piel, incluso, de los más entusiastas defensores de la televisión. No los convirtió en acólitos de la Escuela de Franckfurt, pero los hizo poner reparos, ¡en cámara!, sobre su objeto del deseo: la pequeña pantalla. Y hasta se atrevieron a cuestionar si valía todo con tal de estar en el aire. En días en los que el negocio parece ser lo único que importa, la reflexión resultó alentadora. Si hasta la preocupación de Jorge Rial, Georgina Barbarosa, Lucho Avilés, Susana Rocasalvo y Chiche Gelblung por la suerte del concursante del reality show de Telefé pareció verdadera. Pero no lo fue, claro está. Lo único verdadero de la TV carroñera es su voracidad. Su insaciable hambre de rating. Así es como devoran hasta las buenas intenciones.
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