José Petunchi
Central no escapa a las generales de la ley. Anda a los tumbos, como el país. Y así como la sociedad es el reflejo del país que tenemos, el equipo auriazul es un calco de lo que sucede con la crisis institucional en la que está sumergido el club. Los dirigidos por Jota Jota navegan en las turbulentas aguas de la intrascendencia. Por momentos se parecen a una caricatura de lo indefinido. Y al igual que en el seno de la comisión directiva, el equipo carece de conducción. No tiene un patrón de juego ni una identidad definida. Y esto no tiene que ver con la presencia de un enganche tradicional o con la de tal o cual jugador, sino con la estructura de juego, con saber lo que se quiere y hacia dónde se apunta. Además, a la vista de los resultados, sería bueno que el técnico empiece a dejar de lado esa imagen cada vez más cautelosa y poco ambiciosa que peligrosamente viene mostrando en los últimos partidos. Se podrá esgrimir que ante Vélez jugó un interesante primer tiempo, en el que fue superior a su rival, que nunca lo complicó. "Cuando el partido era normal, no fuimos superados", deslizó Jota Jota López y razón no le falta, pero eso no es indicativo de que haya jugado bien. Por eso no hay que llamarse a engaño, porque además de la tibieza de los velezanos en esa etapa -no es problema de Central-, los canallas dominaron esa parte del encuentro más por rendimientos individuales que por aciertos del conjunto. Si no cómo explicar que todas las situaciones tuvieron como protagonistas a Germán Rivarola (el lateral volante extrañamente sorprendió al Patón Bauza durante los primeros 45 minutos). Nadie más fue capaz de inquietar al dubitativo, por entonces, fondo de Vélez. Ni la tibieza de De Bruno ni las corridas y desbordes de Arias -su gran acierto fue la jugada del penal- ni la experiencia de Pizzi. Mucho menos las casi inexistentes apariciones por afuera de los volantes en las cercanías del área rival. También es cierto que el equipo de Jota Jota no ligó el sábado en el Amalfitani, porque cuando todavía no se había sobrepuesto a esos dos minutos fatídicos (cuando Morigi clavó la palomita para el empate y Cetto se ganó la roja por protestarle airadamente al juez), Vespa puso la "frutillita" y le regaló el postre a Vélez para que lo saboreara. Aunque no todo es una cuestión de fortuna, porque antes de eso pasó una hora de juego y con la salvedad hecha del protagonismo de Rivarola y el orden defensivo amparado en que los volantes no se proyectan casi nunca, Central paseó una imagen timorata y sin relieve futbolístico por el barrio de Liniers.
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