Año CXXXIV
 Nº 49.283
Rosario,
domingo  28 de
octubre de 2001
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Piel desnuda, danzas con velos y muchos uniformes

Sabine Glaubitz

Sin hacer ruido, avanzaron por el pasillo que llevaba a la celda número doce y abrieron la pesada puerta de hierro. "El presidente rechazó la petición de clemencia. Llegó su hora".
Mata Hari, llamada en realidad Margaretha Geertruida Zelle, estuvo casi ocho meses en la cárcel parisina de mujeres Saint-Lazare. El rostro de la mujer de 41 años estaba arrugado y marchito. Aquella bailarina de striptease llena de vida y deseada por todos los hombres de París había envejecido.
El 15 de octubre de 1917, Mata Hari, de cuyo nacimiento se cumplieron en agosto 125 años, fue condenada a muerte por espionaje. Así comenzó su leyenda, tan impenetrable y engañosa como su vida y sus exóticas danzas del velo.
Era una mujer morena de gran belleza, delgada como una gacela y flexible como un gato. Pero recién su muerte como agente "H 21" por un comando de ejecución hizo que la mujer nacida el 7 de agosto de 1876 en Leeuwarden (Holanda) se convirtiera en una figura legendaria, que desde entonces conquistó las pantallas y los escenarios de todo el mundo.
Posteriormente, al publicarse las actas de la investigación, quedó de manifiesto su aparente inocencia.

Java, Sumatra y la infidelidad
En realidad, la hija de un fabricante de sombreros holandés debía haber sido maestra de un jardín de infantes, una profesión que no se correspondía con su carácter alegre y ávido de diversiones. Por eso, a los 17 años se casó con un oficial colonial holandés de origen británico. Se convirtió en Lady MacLeod y vivió algunos años con su marido Rudolph MacLeod en Java y Sumatra, donde aprendió el arte de las danzas asiáticas.
Tras varios romances con oficiales, Margaretha se separó de su esposo y se instaló en París en 1905, donde comenzó a trabajar como bailarina profesional bajo el nombre artístico de "Mata Hari".
En poco tiempo, el París de la belle epoque se rindió a sus pies. Los salones la celebraban y los hombres ricos la adoraban. En marzo de 1905, el industrial Emile Guimet, fundador del gran museo asiático de París en la Place d'Iéna que lleva su nombre, organizó una fiesta entre budas y valiosos íconos. "Sus gestos son atrevidos y púdicos. Embajadores, políticos e industriales se someten a ella", escribió entonces la prensa.
Su fama se extendió mucho más allá de Francia. Incluso Puccini y Massenet hablaban maravillas de sus danzas lascivas, sobre las que la escritora francesa Colette comentó alguna vez: "Casi no bailaba (...) Sabía desvestirse de manera seductora y mover su cuerpo largo, moreno, delgado y orgulloso".

La mujer ideal
La Primera Guerra Mundial puso un final precipitado a la carrera de la estrella erótica. La diva se retiró a su patria. Pero extrañaba París, la ciudad de las luces y el lujo. En diciembre de 1914, regresó a la ciudad junto al Sena y ofreció sus servicios a los militares en el Gran Hotel, Place Opera. "Adoro a los oficiales. Los amé durante toda mi vida", habría dicho una vez en un interrogatorio policial.
Pero su pasión por los uniformes terminó por hundirla. Las tropas alemanas habían sufrido una dura derrota en Artois y en la Champagne y buscaban agentes para espiar las intenciones de sus enemigos. Mata Hari era la persona ideal: ciudadana de un país neutral, muy inteligente, hablada cinco idiomas y era ex amante de importantes oficiales y diplomáticos europeos.
Los altos honorarios la tentaron y así trabajó primero para los alemanes y después para los franceses. Pero el resultado de su trabajo fue escaso a pesar de lo esperado. Según las actas de la investigación, la mítica espía no entregó informaciones realmente importantes.
La bailarina entrada en años fue detenida el 13 de febrero de 1917 en el entonces Hotel Elysée-Palace, ubicado en la zona de los Campos Elíseos. La detención fue celebrada en París como un gran triunfo porque Mata Hari era considerada la espía más peligrosa de Alemania. El 15 de octubre, a las 6.15 se declaró su muerte. De las tres balas que dieron en su cuerpo, una le atravesó el corazón. (DPA)


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