Durante el juicio, Mata Hari, fiel a su personaje de mujer desdeñosa, no había admitido nada de lo que la acusaban, más bien había tomado un poco en broma a los franceses que la interrogaban. "¿Por qué voy con tantos oficiales? -contestó a los militares que le preguntaban sobre sus relaciones íntimas con graduados de todo el mundo-. Es que a mí me gustan todos. Pero como amante prefiero a un pobre soldado a un banquero". Poco después murió fusilada en el polígono de Vincennes, en la periferia de París, negándose a que le colocaran la venda que le ofrecieron para cubrirse los ojos y tras haber lanzado un beso al pelotón de ejecución.
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