La noche del 16 de octubre de 1996 Graciela Noemí Strembel dijo basta. Cansada de los malos tratos a la que habitualmente era sometida, la joven -que entonces tenía 18 años- se apoderó de una pistola y mientras su pareja miraba televisión en la cama de la casa que compartían, le efectuó cuatro disparos mortales. El crimen podría haber pasado a la historia como uno de los tantos dramas pasionales que día a día relatan las crónicas policiales. Sin embargo, la identidad de la víctima y un cheque hallado en el domicilio donde ocurrió el hecho pusieron al descubierto las turbias relaciones mantenidas entre los dirigentes del Club Atlético Rosario Central y los barrabravas canallas. Quien había muerto a manos de su concubina era Sergio Enriotti, uno de los líderes de la hinchada auriazul. En tanto, el cheque encontrado por los investigadores llevaba las firmas del presidente centralista, Víctor José Vesco, y los dirigentes Juan Carlos De Felice y Oscar Mendoza.
El Cabezón Sergio tenía 37 años el día que su pareja lo mató con cuatro disparos en la casa de Warnes 2302. Tras ello, la joven fue hasta la casa de su hermana y le contó lo que había hecho. Más tarde, en compañía de su madre, se presentaron en la seccional 13ª. Allí, Strembel confesó el homicidio y quedó detenida.
Al otro día, y durante tres horas, la chica detalló ante el juez de Instrucción Carlos Carbone su relación con Enriotti, a quien definió como "el jefe de la barrabrava de Rosario Central". La mujer reveló que convivía con el hombre desde hacía 11 meses y que era víctima de fuertes golpizas además de ser obligada a comprar y consumir drogas. Incluso, contó que momentos antes de cometer el asesinato, el Cabezón Sergio le había dado el cheque firmado por los dirigentes centralistas para que comprara estupefacientes.
Sin embargo Graciela no pudo acceder a ese pedido porque sus proveedores, según declaró ante el juez, le rechazaron el valor porque entre las firmas se hallaba la del escribano Víctor Vesco. Al volver a la casa con las manos vacías, Enriotti enloqueció y comenzó a golpearla. Fue la última paliza que la joven recibió. Ese hecho la decidió a matarlo. Poco después, un médico forense comprobaría en el cuerpo de la mujer los rastros dejados por los malos tratos recibidos.
Un allanamiento revelador
En el marco de la investigación que se abrió por el homicidio, el juez Carlos Carbone ordenó que se allanara la casa donde Strembel mató a Enriotti. En el lugar los detectives hallaron la pistola 9 milímetros con la que se cometió el asesinato, un carné de socio de Rosario Central a nombre de Enriotti, un DNI a nombre del barrabrava pero sin su foto y un cheque por 500 pesos de la cuenta número 14-00909/13 del Banco del Suquía, perteneciente a Víctor José Vesco, Roberto Gastaldi y Roberto Muñoz, por entonces presidente, vice y tesorero de Rosario Central. Sin embargo, el valor llevaba las firmas del escribano y otros dos dirigentes: Juan Carlos De Felice y Oscar Mendoza.
Ya en su declaración ante el juez, la joven homicida había sostenido que "los dirigentes de Rosario Central le daban plata" a su pareja. La afirmación fue corroborada por la madre de Strembel. María Cristina González manifestó ante el magistrado que la pareja "era mantenida por los directivos de Central".
El crimen y posterior hallazgo del cheque sorprendió a la dirigencia auriazul en Montevideo. En el mismo momento que Strembel asesinaba a Enriotti, el primer equipo canalla enfrentaba a River de aquella ciudad por la copa Conmebol. "El cheque que tenía Enriotti, uno de los cinco jefes que tenía la barra, era para pagar los pasajes al grupo que él conducía porque iban a viajar a Uruguay para alentar al equipo", dijo entonces Vesco desde la otra orilla del Río de la Plata poniendo al desnudo la relación entre barras y dirigentes.
Al respecto, el entonces tesorero de Rosario Central, Roberto Muñoz, dijo a La Capital que estaba en desacuerdo con la metodología de mantener a los barrabravas, pero aseguró "entender a quienes firmaron el cheque porque sufren el temor lógico que imponen estos sujetos. Estamos desprotegidos, vivimos soportando todo tipo de aprietes y amenazas y ahora, por una causa pasional, el victimario pasó a ser la víctima".
Habrá que recordar que sobre Enriotti, al momento de morir, pesaban siete pedidos de captura y había purgado una condena de dos años y tres meses de prisión por un crimen cometido en 1985.
En toda la investigación, jueces y fiscales pusieron bajo la lupa las turbias relaciones entre barras y dirigentes. En los Tribunales, los primeros confirmaron ser recepcionistas de dinero para viajes y entradas para los partidos jugados en Rosario. Los segundos, que eran amenazados y extorsionados. Desde entonces, esas acusaciones siguieron repitiéndose y generando nuevas causas judiciales que demuestran que la realidad, cinco años después de aquel crimen revelador, en nada parece haber cambiado.