Martín Redrado
El mundo se dio vuelta en los últimos días. Han cambiado los paradigmas en el terreno político, diplomático, militar y económico. Nada volverá a ser como antes. La incertidumbre y el miedo han generado un comportamiento letal para la economía. Frente a lo desconocido, el consumidor decide “coser sus bolsillos” y dejar de gastar. Por su parte, quien pensaba invertir ahora desensilla hasta que aclare. Este fenómeno colectivo tiene un correlato: el mundo ingresa en una recesión, todos juntos y al mismo tiempo. Hasta ahora, estos procesos eran parciales, o sea que mientras una región se achicaba, otra se expandía. Hoy la caída es generalizada. Los Estados Unidos, Europa y Japón enfrentan una caída conjunta. Si bien es cierto que es imposible evitar una recesión global, sí se ha logrado evitar el pánico financiero. Los Bancos Centrales de los países industrializados han inundado el mercado de dólares, en solo diez días se han inyectado más de 300.000 millones, esto es el volumen equivalente a nuestra producción en todo un año, y se han reducido en forma conjunta las tasas de interés. Esta política monetaria expansiva se conjuga con un aumento del gasto público en los Estados Unidos lo que asegura que la recesión será dura pero corta. En efecto, las mayores necesidades en el rubro de defensa e inteligencia sumado a la inversión necesaria para reconstruir lo perdido le dará a la economía un espaldarazo fundamental para sacarla de su letargo. Este nuevo escenario para las economías emergentes es devastador. En la práctica, la incertidumbre ha cortado de cuajo el financiamiento hacia nuestros países, no sólo para el sector público, sino también para las empresas, aún las más sanas. Esto nos lleva a tener que descansar en nuestras propias fuerzas si queremos salir de este pantano. La crisis se contagia por dos vías: la comercial y la financiera. De los países latinoamericanos, México resulta el más perjudicado por dirigir el 80% de su exportaciones hacia los Estados Unidos. Le siguen en importancia Venezuela y Colombia, con casi un 50% de sus ventas externas concentradas en el coloso del norte. Brasil se ve perjudicado por su dependencia con el financiamiento externo. En efecto, de un déficit de cuenta corriente de 27.000 millones de dólares, las dos terceras partes se financian con inversiones directas y el resto con endeudamiento. El corte de fondos hacia nuestros mercados no le permitirá a nuestros vecinos tener los fondos suficientes para financiar su producción. Por su parte, la Argentina ya tenía cerrado su acceso al mercado voluntario de capitales, o sea que sólo se logra financiamiento interno y de organismos multilaterales. En síntesis, el principal efecto en nuestro caso es postergar la salida de la recesión ya que el sector privado se ha quedado sin los pocos fondos disponibles para encarar un lento proceso de crecimiento.
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