Que una empresa ingrese en su proceso de quiebra no sólo implica severas consecuencias monetarias y laborales sino además, y tal vez con mayor incidencia comunitaria, que sus edificios -convertidos en mudos testigos de una triste realidad que ya es moneda corriente- sean librados a su propia suerte y queden a expensas de vándalos y delincuentes que no dudarán en reducirlos a escombros en el fin de su indigna y despreciable tarea. La exasperante lentitud de la Justicia, la incomprensible desidia de los responsables -tanto empresariales como gubernamentales- y la indiferencia ante los reclamos comunitarios por la defensa de sus verdaderos íconos abonan estas degradantes situaciones, que lesionan gravemente el futuro laboral y atentan contra la historia misma de una ciudad otrora pujante. Y es justamente ante la tristeza de este panorama de tierra arrasada -cada vez más relacionado, peligrosamente, con el destino de sus esperanzas y proyectos-, que los villenses deben reconstruir sus propios sueños. Nada será fácil, pero tampoco nada puede ser igual en el inconsciente colectivo de la ciudad después de Cilsa e Imola. Así como en el desierto más árido puede nacer una flor, de esta tierra arrasada puede crecer el sentimiento solidario y comprometido por esta Villa Constitución que, alguna vez, fue una ciudad floreciente. O.F.
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