 |  | El artista, de 81 años, había sido internado por un problema cardíaco Murió el músico Isaac Stern, maestro universal del violín Polémico y genial, el estadounidense solía decir que quien hace música aprende a no odiar
 | El violinista Isaac Stern falleció anteanoche en Nueva York a los 81 años por una insuficiencia cardíaca, según citó a primera horas de ayer el canal estadounidense CNN a una vocera del hospital Cornell. Durante varias semanas, el músico había ingresado y egresado de la clínica por una dolencia cardíaca. El músico, nacido en 1920 en Ucrania, había llegado a los diez meses de edad a Estados Unidos, luego de que sus padres abandonaran el país por la Revolución de Octubre. Creció en San Francisco y a los ocho años comenzó a tocar el violín. A los 22 años hizo su primera presentación en el Carnegie Hall de Nueva York, que luego presidió durante 40 años. Stern fue el primer violinista estadounidense en presentarse en la Unión Soviética después de 1945, y fue invitado por el gobierno comunista a dar clases en la República Popular China. En protesta por los conflictos árabe-israelíes, canceló todos los conciertos planeados y en su lugar tocó para los soldados israelíes. Y en los años 60, luchó exitosamente en Nueva York por la conservación del prestigioso Carnegie Hall, entonces amenazado de demolición. Este violinista de origen judío ucraniano, sin embargo, eludió durante decenios tocar en Alemania hasta que, por invitación de la Filarmónica de Colonia, decidió por fin en abril de 1999 pisar por primera vez suelo alemán. "Tengo curiosidad por escuchar qué han conservado los jóvenes artistas de la tradición de su país", dijo entonces Stern. Fueron precisamente los descendientes de Beethoven, Bach y Brahms quienes, al invadir las tropas alemanas la Unión Soviética, mataron a todos los miembros de la familia de Stern "hasta el último primo lejano". En esa ocasión, no obstante, dejó su violín en su casa en Nueva York o quizás en aquel "cielo escasamente poblado de primerísimos violinistas" donde, en palabras de un crítico norteamericano, se sentía como en casa. Para mantenerse fiel a su juramento de no dar jamás un concierto en Alemania, se contentó entonces con dar un curso de música de cámara en la Escuela Superior de Música de Colonia, cuyos resultados pudieron apreciarse en un concierto final. El hecho de que sus hijos David y Michael no sólo dirijan orquestas alemanas sino que incluso estén casados con mujeres alemanas lo soportaba con complacencia: "¿Por qué tendrían mis hijos que llevar también mi dolor?", decía. Por lo demás, sus nueras son simplemente "la amabilidad en persona", solía afirmar. La sabiduría no sólo enriqueció con el tiempo la calidad artística de Stern, sino que también motivó su iniciativa por el entendimiento musical de los pueblos. En 1973 creó el Centro de Música de Jerusalén, una forja de talentos de la cual salieron grandes nombres como Pinchas Zukerman, Itzhak Perlman o Shlomo Mintz. Su película "De Mao a Mozart", filmada en China, fue premiada en 1981 con un Oscar como contribución al acercamiento de las culturas occidentales y orientales. Y su infatigable empeño por la educación musical hizo de Stern uno de los artistas más populares de nuestro tiempo. Porque la música, decía, permite a los niños comprender "qué significa la vida civilizada". Procedente de Ucrania, Isaac Stern llegó a Estados Unidos a la edad de diez meses, comenzó a los ocho años a aprender a tocar el violín y debutó como solista en 1933. Saltó definitivamente a la fama con su primer concierto en el Carnegie Hall, en 1943. Celebrado por sus interpretaciones de Beethoven y Brahms, en su repertorio figuraban también compositores modernos como Paul Hindemith, Bela Bartok o Alban Berg. Entre sus numerosas distinciones hay varios premios Grammy, doctorados "honoris causa" en Israel y Estados Unidos, así como el Premio Polar 2000, que la Academia Sueca de Música concedió a Isaac Stern y a esa leyenda del rock que es Bob Dylan. La música es "un instinto primigenio humano", dijo una vez Stern. La música despierta, estimula la inteligencia, la fantasía y el pensamiento lógico, pero, sobre todo, "quien hace música aprende a no odiar". (DPA)
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