Año CXXXIV
 Nº 49.240
Rosario,
sábado  15 de
septiembre de 2001
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El atentado. Cómo se vivió desde adentro la evacuación de las torres
La rosarina que se evadió del infierno
Nelly de Stanicich bajó 13 pisos por la escalera de emergencia. La ayudó gente que está desaparecida

Hernán Lascano

Nelly acababa de acomodar servilletas en un escritorio cuando una correntada súbita como un ciclón la arrojó de espaldas contra la pared. Su cuerpo se estiró de pies a cabeza, tuvo la sensación de que el piso había quedado en el techo. "Es un terremoto", se dijo mientras intentaba incorporarse y todo empezaba a cubrirse de polvo. Aturdida como estaba, lo primero que recordó es que había dejado el carro de la limpieza un piso arriba, en el 13, y subió a buscarlo. Llegó tambaleándose y pudo encontrarlo pero entonces la voz firme de un agente de seguridad la acomodó por primera vez en el suceso. "Deje ese carro y váyase. Se está cayendo el edificio".
¿Cuántos escollos hay que eludir para escapar del infierno? Nelly de Stanicich, que nació en Tiro Suizo hace 64 años, no los contó. Pero en los quince minutos eternos que le tomó evadirse de ese horror cada contratiempo fue de vida o muerte. Rebotó contra las puertas bajo llave de la escalera de emergencias al llegar al 11, atravesó un diluvio cuando la explosión de las líneas de agua la empapó en el 6, vio caer fragmentos de metal incendiados por los tragaluces un nivel abajo y volvió a chocar contra los portales cerrados del lobby al llegar a la planta baja. Un hombre de saco y corbata la condujo a una puerta giratoria, que sostuvo para que ella pudiera pasar, y le dijo que entraría a buscar a sus compañeros al verla salir.
"Ese señor ahora está muerto", dice Nelly, que estalla en sollozos. En este momento está junto a Antonio Stanicich, su marido desde hace 37 años, en su casa del distrito de Queens. Es viernes, son las 7 de la tarde en Nueva York y acaba de volver de una reunión con sus compañeras de todos los días. La empresa para la que trabaja las convocó para informarles en qué lugares serían reubicadas. Fue una experiencia desoladora porque hubo muchas que, previsiblemente, jamás llegaron.

El descenso
El trabajo que Nelly hizo durante 26 años en la torre sur, la número uno, consiste en acomodar los utensilios de cafetería y limpiar de papeles las oficinas situadas entre los pisos 11 y 81. Habitualmente empezaba por arriba. Pero como el carro había quedado en el 11 el martes hizo al revés. El azar la desplazó de una muerte segura. El avión que a las 8.48 hizo blanco en el edificio se incrustó entre los pisos 81 y 84.
"Entré a las 7.30 de la mañana. Ya había terminado el 11 y pensé en ir al último pero cambié de idea. Estaba repasando el mármol de un escritorio y la explosión me empujó. No podía pensar, no entendía. Mi sensación es que el piso había quedado patas para arriba y que yo tenía la cabeza abajo", describió.
Un hombre de la oficina la sacó de la conmoción y a empujones la llevó hacia arriba. Ella tomó el carro de sus labores y alguien allí le dijo que parecía que un avión había rozado el edificio. Hasta que el consigna de seguridad le gritó que se fuera. Obedeció y en grupos de a cuatro, en fila, empezaron a bajar.
El hueco de la escalera de emergencias, cuenta Nelly, era estrecho. Recuerda que había poca luz y que se subió el escote del pullover hasta los ojos para evitar las nubes de polvo y hollín que hacían toser a todos. "En el 11 tuvieron que romper las puertas cerradas. Cuando íbamos por el nueve tuvimos que detenernos contra la pared para que subieran los bomberos. Eran cientos. Pobrecitos, todos nosotros bajando, ellos subiendo...", exclama Nelly, llorando por segunda vez.
Un ejecutivo que le hablaba en inglés se aferró a Nelly del brazo durante todo el trayecto. Es que, al caer por el estallido, se había golpeado una rodilla. En el sexto sintió un crujido seco y en seguida voló la instalación de agua. Descendían chapoteando con el agua hasta los tobillos. El humo y el polvo los tenían al punto de la asfixia.
Llegar al lobby fue el siguiente obstáculo. Las puertas principales estaban cerradas con clave codificada y no se podía salir sin la tarjeta lectora. Vadearon los principales accesos y encontraron la puerta giratoria. Entonces pudo salir. El hombre que le sostenía la puerta la miró a los ojos. "Camine derecho hasta Broadway y no se detenga", fue lo último que le dijo.
Crispada de arriba a abajo, Nelly se quedó un instante inmóvil con el uniforme empapado y los guantes de goma aún puestos. Entonces ella, sometida hace seis meses a un triple by-pass a corazón abierto en el Lennox Hospital, empezó a correr. Corrió seis cuadras en estado de shock "por una calle que era una alfombra de metales incendiados, escombros y polvo". Fue ella quien distinguió a su marido entre las miles de almas espantadas que erraban por Wall Street. "Lo vi, le grité y nos abrazamos...", cuenta Nelly. En seguida recuerda al hombre que durante doce pisos la sujetó ayudandola a bajar y al otro que pudiendo salir no lo hizo para volver por sus compañeros. Entonces llora por tercera vez.



Antonio, Nelly y su nieta Katia en su casa de Queens.
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