Mario Candioti
Las luchas intestinas despiadadas rara vez dejan saldos rescatables. Quedan en el camino numerosos muertos, una nada despreciable cantidad de heridos y contusos varios. Tanto en una guerra con armas, como con palabras, siempre hay alguien que ataca con impunidad. De un bando o del otro. Y es Rosario Central el club que hoy por hoy está atravesando ese momento de luchas intestinas improductivas. Las campañas desestabilizantes y la guerra panfletaria en contra de distintos dirigentes son moneda corriente. Pero el blanco preferido en los últimos tiempos parece ser el escribano Víctor José Vesco. Si el Gigante, cuando los canallas juegan de local, se convierte en una exposición de banderas que hacen poner colorado al más pintado. Así anda la dirigencia de Central, empeñada en dirimir estériles cuestiones de poder a veces de manera casi vergonzosa. Como cuestionar a través de un panfleto a Vesco no por sus actos de poder sino por ser viejo y "estar enfermo", como si llegar a grande fuera una enfermedad. No le hace nada bien al alicaído momento de la entidad auriazul, acuciada por las deudas y padeciendo los coletazos de una crisis global pocas veces vista en la historia, que las cuestiones políticas adquieran un cariz despiadado. Si en verdad los dirigentes sienten a la institución es absurdo pensar en la búsqueda de soluciones recurriendo a agresiones desde las sombras. El día que se produzca un sinceramiento de las partes en pugna algo provechoso podrá salir a la luz y Central, al menos, podrá intentar por los caminos lógicos -con disenso pero con cartas claras- buscar las soluciones a un presente bastante oscuro, semejante al de la mayoría de los clubes argentinos. Será cuestión, entonces, de barajar y dar de nuevo. Porque Central lo reclama. Sus colores, no sus hombres.
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