Muy pocas ciudades pueden superar a Salzburgo en encanto. Enclavada en un valle de los Alpes, más cerca de Munich que de Viena, la ciudad integra una categoría que quizás sólo completen Graz o Maribor: la de las ciudades que más parecen alemanas que austríacas.
En cualquier caso Salzburgo es única. Aquí nació Wolfgang Amadeus Mozart en 1731, de manera que es la ciudad ideal para aquellos que no crean que escuchar siete veces por día el inicio de la misma sinfonía del autor del "Réquiem" puede parecerse un poco al infierno.
Pese a que pueden visitarse la casa donde Mozart nació -"Geburthaus"- y otra en la que vivió hasta los diecisiete años, conviene hacer la salvedad de que no se pierde nada si sólo se visita la primera.
La "Residenzhaus" tiene una entrada prohibitiva de ciento veinte schillings, incluye un tour sonoro de pésima calidad, ninguno de los muebles exhibidos es original ya que todos fueron subastados tras la muerte de compositor, así como tampoco las partituras, y las habitaciones han sido varias veces modificadas luego de que un bombardeo en 1944 dañara severamente el edificio.
El museo en la "Geburthaus", en cambio, es altamente recomendable incluso para quienes no sean grandes fanáticos de la obra de Mozart, no solamente por su valor testimonial sino por sus extraordinarias vistas de la ciudad.
El esplendor de los museos
Entre los que pueden visitarse en Salzburgo se encuentran el Museo Augusteum, que revisa los antecedentes celtas y romanos de la ciudad hasta llegar a nuestros días; el Museo del Castillo en las alturas del Hohensalzburg -en el que puede conseguirse un tour sonoro que sí funciona y puede visitarse la cámara de torturas-, y el pequeño Museo del Teatro de Marionetas, un anexo de dicho teatro en el que pueden verse pequeñas obras de arte que suelen interpretar las óperas de Mozart.
Otro museo importante es el de la Residencia del Príncipe Arzobispo, que se encuentra en pleno corazón de la ciudad, junto a la Catedral. En el mismo edificio en el que pueden admirarse sus interiores -alternativamente decorados a la manera del Renacimiento, del Barroco y del Clasicismo- se encuentran impresionantes colecciones de pintura flamenca, francesa, austríaca y holandesa, entre las que destacan varios Rubens, Brueghel El Viejo, Vernet y Hans Makart. Una muestra de arte contemporáneo puede apreciarse en el Museo Rupertinum, que se encuentra en el centro de la ciudad.
Entre los imprescindibles de Salzburgo se encuentra el castillo Hohensalzburg, una fortaleza que comenzó a construirse en el siglo XI y que fue sucesivamente ampliada y completada durante los seis siglos siguientes. Enclavada en las alturas desde las que domina la ciudad -puede subirse mediante un funicular- la fortaleza es sede de un museo al aire libre que permite introducirse en la vida cotidiana durante la Edad Media, y de otros varios museos. En las cercanías vale la pena entrar en la hermosa abadía Nonnberg.
El Hohensalzburg no es el único castillo que puede visitarse en la ciudad. En las afueras se encuentra el Hellbrunn, construido en 1612 por el importante arzobispo Markus Sittikus, benefactor de la ciudad y amante del arte del Renacimiento italiano.
Además de sus hermosos jardines, sus imponentes interiores y su teatro mecánico, el principal atractivo del castillo son sus bellas fuentes con juegos de agua.
Muchos encontrarán a Salzburgo una mera parada en un viaje de Munich a Viena. Pero la ciudad tiene numerosos encantos que ofrecer. Las vacas pintadas que se encuentran a cada paso en sus calles, los solistas interpretando obras de Mozart en cualquier callecita, los cafés y los museos que guardan parte del mayor patrimonio artístico de Austria no son los menores de ellos.