Allá por los comienzos de los años 60 un puñado de padres rosarinos coincidieron en una problemática: todos tenían hijos con algún grado de discapacidad y necesitaban un espacio de contención para ellos. Así, un 1º de setiembre de 1961 crearon una sociedad civil sin fines de lucro que llamaron Defensa Integral de Niños y Adolescentes Diferenciados, más conocida como Dinad. Un año después este emprendimiento sumó un centro educativo, y se convirtió en la primera escuela para alumnos especiales de la ciudad. Hoy, cuarenta años después, los chicos discapacitados no sólo están contenidos, sino integrados y preparados para insertarse en el mercado laboral. "Los alumnos están más estimulados porque la sociedad mejoró su actitud hacia ellos", dijo la presidenta Dinad, Marta Casey de Recagno.
Dinad tiene un centenar de estudiantes que sienten al edificio de 9 de julio 346 como su casa. Y como si esto fuera poco, a las docentes les pasa lo mismo. "Los chicos especiales me cargan de energía. Soy una privilegiada por trabajar con ellos", dijo Alejandra Mastrángelo, una maestra del establecimiento.
Los niños y jóvenes que llegan a Dinad provienen generalmente de hogares carenciados. Un ochenta por ciento no puede pagar la cuota y están becados o apadrinados por la entidad o alguna empresa solidaria. La institución se mantiene con subsidios oficiales y con el aporte de los padres.
Si bien las generalizaciones no tienen rigor, los chicos con Síndrome de Down se destacan por su carisma, su ternura y su personalidad afectiva. Esta característica va más allá de la patología de los alumnos y se nota a simple vista.
En una recorrida que hizo La Capital por los distintos salones de Dinad se pudo apreciar cómo los chicos expresan su cariño a los docentes. Desde ya que están los que trabajan más y los que le escapan a las obligaciones, los que se hablan todo y a los más silenciosos, los solitarios y los que se pelean por algún amor en disputa.
En el taller
Los talleres buscan una capacitación integral, destinada a jóvenes de 14 a 22 años, que les permita asimilar conocimientos teóricos y prácticos. Uno de los objetivos es que muchos de ellos puedan incorporar elementos para insertarse en el mercado laboral.
Así, hay grupos que trabajan en huertas, carpintería y restauración de muebles antiguos, en lavandería, en fotocopiadoras y encuadernación, y en gastronomía. "Se orienta no sólo a que aprendan a elaborar productos, sino también a que puedan brindar servicios", explicó la docente Graciela Luque.
La cocina es uno de los talleres estrella. Desde exquisitos dulces y jaleas hasta ñoquis y conserva de calamares, los alumnos ponen manos a la obra para obtener buenos sabores. Curiosamente el taller tiene mayoría de varones. "El mundo ha cambiado. Las mujeres ya no son exclusivas en el conocimiento de la cocina. Esto demuestra que tampoco existen competencias femeninas y masculinas. Y esto también se vive en esta escuela", advirtió Luque.
Diego, Emiliano, Jorge y Pablo reconocieron su simpatía con las ollas y cacerolas. Aunque Jorge tuvo una respuesta sorpresiva cuando este diario quiso saber cuál era su especialidad: "En realidad mi especialidad es correr y competir", dijo entre risas. Es que el joven de 22 años es maratonista y siente esa actividad como su verdadera vocación. A punto de graduarse, se puso más serio cuando recordó que le quedan pocos meses junto a sus compañeros. "A algunos chicos voy a extrañar", expresó bajando un poco la mirada.
Lo cierto es que los chicos concurren a clases todos los días y de una u otra manera, los mejores momentos los pasan junto a la gente de la institución. Como ocurre hace cuarenta años.