San Nicolás (enviado especial).- Internados en distintas salas del hospital San Felipe de esta ciudad, los sobrevivientes de la tragedia aguardaban casi con desesperación la llegada de sus familiares (lo que se produjo finalmente a última hora de anoche) o, al menos, una comunicación telefónica para hacerles saber de su estado. El choque, el fuego, la desesperación por sobrevivir y la muerte de sus compañeros de viaje ya quedaron grabados para siempre en cada uno de ellos. Con apenas un hilo de voz, desde una cama del sector de cirugía donde intentaba reponerse de diversas luxaciones en sus piernas y la fractura de dos dedos de su mano izquierda, Matías Figueroa, un peluquero de 20 años que volvía a Buenos Aires luego de visitar a sus padres en Reconquista, le contó a La Capital el infierno vivido. "Tomé el colectivo a las 11 de la noche en Reconquista y después de salir de Rosario me quedé dormido. Sentí dos golpes fuertes y cuando desperté ya tenía el fuego encima. La gente gritaba y quería salir por cualquier lado. Rompí una ventanilla y salí del micro, pero no pude hacer más nada ni intentar salvar a nadie porque el humo me ahogaba", recordó Figueroa, y añadió: "Siempre viajé por esta empresa, y nunca había tenido ningún problema". Una sala de pediatría del hospital San Felipe fue especialmente habilitada para recibir a otros dos sobrevivientes. Con unos pocos magullones y algunos cortes, Martín Stigman -un estudiante de periodismo de 33 años- y Alberto Ayala ocuparon casi toda la mañana en contarles la tragedia a todos los medios periodísticos del país. "Después del golpe con el camión hubieron algunas explosiones seguidas, no tremendas sino simulando cuando revienta un sifón. Supongo que eran los cristales que estallaban. Después las llamas se propagaron rápidamente por el viento que había y de la mitad del coche para adelante quedaron todos atrapados", relató Stigman, quien había subido al micro en la localidad santafesina de Villa Ocampo. "Con Ayala no viajábamos juntos, íbamos en asientos cercanos, así que cuando comenzó todo tomamos uno de esos martillos que traen los colectivos y rompimos la ventanilla para salir -añadió el joven-. Se hacía difícil porque enseguida comenzó un humo negro que impedía ver y respirar". "En la desesperación rompí parte del vidrio con la mano también, porque nos estábamos ahogando con el humo espeso, negro, que había en el interior del colectivo", dijo el muchacho quien finalmente recordó: "Traté de salvar algo de mis pertenencias, pero con el impacto se fueron para adelante, y era imposible avanzar por el fuego". Con sus labios lastimados y la terrible impresión todavía dibujada en su rostro, Ayala, de 31 años, recordó sus últimos minutos a bordo del colectivo que lo iba a llevar a su casa de la localidad bonaerense de Monte Grande: "Venía durmiendo y de repente escuché gritos de mujeres. Cuando saltamos por la ventanilla las llamas ya estaban sobre nosotros", contó. Y entre el asedio de la prensa y el recuerdo terrible, con una sonrisa pícara se tomó tiempo para una reflexión: "Venía sentado en el asiento 17. Mirá vos: la desgracia". Osvaldo Flores
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