Hace un año, Oscar Bruni, por entonces presidente del Senasa, anunciaba el ingreso al país de animales con aftosa. Habían pasado sólo tres meses de que la Argentina fuera declarada libre de aftosa sin vacunación por la Organización Internacional de Epizootias (OIE). Aquella festiva foto de París, versión ganadera de los sueños de primer mundo, comenzaba a desdibujarse. La película que siguió fue de terror: imprevisión, intrigas, fraude, ocultamiento, cierre de mercados y una crisis generalizada que puso al sector en estado casi terminal.
A la hora de explicar por qué el sector ganadero pasó de la gloria a Devoto en tan poco tiempo, existen dos hipótesis. La más difundida indica que el virus entró por la frontera, de la mano del tráfico ilícito de hacienda en pie. Una sospecha que derivó en la presentación de numerosas denuncias judiciales, que no tuvieron su correlato en la condena de los responsables. Otra hipótesis sugiere que, en realidad, el virus nunca se había ido y se desató poco después de que se tomar la decisión de dejar de vacunar.
Cualquiera fuera la teoría correcta, hasta el momento los responsables no aparecen o en todo caso no se buscan. Las consecuencias están a las vista: frigoríficos en convocatoria, más de 4.500 empleados desocupados, 500 millones de pérdidas por la caída de las exportaciones, caída de la faena, de los precios de la hacienda, quebrantos generalizados en la cadena de pagos y ganaderos al borde de la ruina. Argentina volvió otra vez sobre sus pasos y los costos están a la vista.
Hoy está en marcha nuevamente un plan de vacunación, que intenta recrear la ingeniería social que terminó con la aftosa en los primeros años de la década del 90. El objetivo es erradicar el mal para el año 2004. ¿Se logrará? Nadie se atreve a afirmarlo.
Ecos del pasado
La aftosa en Argentina no es un problema del siglo XXI. En 1870 se registró en el país el primer caso este mal y en 1920 la cuestión ya era tema de debate. Se realizaron desde entonces varios intentos para combatir el mal pero nunca se logró sistematizar una estrategia de lucha que garantizara la erradicación definitiva.
Los especialistas señalan que el intento más serio y organizado fue el del plan 90-92, diseñado por Bernardo Cané, ahora nuevamente al frente del organismo. Además de contar con una buena herramienta como la vacuna oleosa, descubierta por el investigador del Inta Schloein Rivenson, se logró una buena cobertura vacunal en todo el país, integrando al sector privado, a través de las 350 fundaciones autofinanciadas.
Los objetivos se fueron alcanzando parcialmente. Primero se logró obtener zonas libres de aftosa y luego, en el año 1996 , se consiguió el reconocimiento internacional de la Argentina como país libre de aftosa con vacunación. En 1999 se tomó la polémica decisión de dejar de vacunar.
Las expectativas de ingresar en el selecto mercado de países no aftósicos fueron mayores a las garantías sanitarias. El 30 de abril de 1999, con mucha pompa, el ex presidente Carlos Menem aplicó la última vacuna en la estancia Facundo, de Colonia Caroya, en la provincia de Córdoba. "Esto es un hecho histórico", decía Menem. "Tengo el honor de ser el presidente que colocó la última dosis", manifestó orgulloso.
El mismo día, en Rosario, Aprocaboa, había organizado su propia celebración, denominada "la de los productores". Con la presencia del todavía senador Carlos Reutemann, los invitados centrales del programa fueron Cané y Rivenson, dos opositores abiertos a la decisión de dejar de vacunar. Fueron pocos, en ese momento, los que manifestaron esas prevenciones.
En mayo de 2000, con el voto de las 150 naciones integrantes, la Organización Internacional de Epizootias (OIE) declaró a Argentina "país libre de aftosa y sin vacunación".
La felicidad duró apenas un respiro. Ya gobernaba el presidente Fernando de la Rúa, que había designado como presidente del Senasa a Oscar Bruni, un hombre de su confianza. Antonio Berhongaray, al frente de la Secretaría de Agricultura, le dispensaba poco cariño al titular del organismo sanitario. En realidad, ambos funcionarios estaban peleados, según recuerdan dirigentes ganaderos que supieron frecuentar a ambos y que rememoran, por ejemplo, haber estado en reuniones en las que Bruni se negaba a atender el teléfono cuando llamaba Berhongaray.
Bruni fue el encargado de admitir, a tres meses de la declaración de la OIE, que se habían detectado 10 animales con reacción positiva de la enfermedad. Eran animales ingresados ilegalmente de Paraguay, país que desde hace varios meses antes enfrentaba focos de aftosa no declarados.
El entonces titular del Senasa anunció el sacrificio de tres mil cabezas en la provincias de Córdoba, Entre Ríos y Corrientes, al tiempo que se suspendieron preventivamente las exportaciones a Estados Unidos y Canadá. "En ese momento nosotros, como entidad, pedimos que se hiciera un informe real sobre las existencias bovinas en Formosa porque con la cantidad de hacienda que salía de esa provincia, en comparación con la declarada, hacía pensar que todas las vacas parían mellizos en esa provincia", recordó el presidente de Aprocaboa, Angel Girardi.
Mientras todo esto sucedía, en los campos corría el pánico. Las 10 cabezas se transformaron en cien, en mil y los productores salían con desesperación a comprar vacunas para apagar el incendio.
A fin de año, el gobierno declaraba haber controlado el problema y, tras una inspección, se reabrió el mercado estadounidense y el europeo. Hasta ese entonces, nunca se admitió la existencias de focos.
Y ahí fue que entraron en acción los "hombres de negro", como se llamaba a los sigilosos cazadores de extraterrestres en una vieja serie de televisión. De golpe llegaban veterinarios a los campos que, sin dar mayores explicaciones, aplicaban "refuerzos" a la hacienda.
Las enfermedades "muy parecidas a la aftosa", con los mismos síntomas, los mismos cuadros y las mismas consecuencias, pero con nombre distinto, irrumpieron como epidemia. "Es garrapata", decían.
Se impuso el silencio como política de Estado, con la complicidad de funcionarios de todos los niveles, los productores y hasta de los países compradores, como Estados Unidos. Hubo un guiño de confianza de que Argentina iba a controlar la situación. En Europa, por ese entonces, reapareció la aftosa en Inglaterra, Holanda y Alemania, profundizando la crisis ya desatada con la vaca loca, enfermedad que sí mata al hombre.
En el medio, Bruni renunció al Senasa y se llamó a silencio. Todos apuntaron a Berhongaray. "El siempre quiso ser ministro de Defensa y cuando estalló la crisis de la aftosa optó por aplicar una estrategia propia de una fantasía militar, con secretos de Estado y esas cosas", recuerda hoy un productor que compartió varias reuniones con el ex funcionario por esa época.
La ficción duró hasta marzo, cuando la presión de los países compradores y de algunos productores no se aguantó más. Enrique Klein, un importante productor de Venado Tuerto, se decidió a romper el silencio. Aseguró tener animales enfermos con el virus y reclamaba acciones por parte del gobierno. "Este pacto de silencio me hace recordar a la dictadura", dijo.
Luego vino la cadena de denuncias y el cierre de los principales mercados. Berhongaray se fue de la Secretaría de Agricultura sin declarar que en Argentina había foco. Finalmente, en marzo de este año, cuando los focos ya no se podían controlar más, se blanqueó la situación. Oficialmente, la fecha donde se registró el primer foco en Argentina es el 12 de marzo. Aunque los los productores digan que es desde hace mucho más tiempo.
El Senasa fue intervenido, y después de marchas y contramarchas, Bernardo Cané, volvió a ocupar la presidencia del organismo.
"Tenemos una segunda oportunidad y no creo que exista una tercera", sentenció Cané ante un grupo de productores.
Qué pasó
La aftosa en Argentina no es un problema del siglo XXI. En 1870 se registró en el país el primer caso este mal y en 1920 la cuestión ya era tema de debate. Se realizaron desde entonces varios intentos para combatir el mal pero nunca se logró sistematizar una estrategia de lucha que garantizara la erradicación definitiva.
Los especialistas señalan que el intento más serio y organizado fue el del plan 90-92, diseñado por Bernardo Cané, ahora nuevamente al frente del organismo. Además de contar con una buena herramienta como la vacuna oleosa, descubierta por el investigador del Inta Schloein Rivenson, se logró una buena cobertura vacunal en todo el país, integrando al sector privado, a través de las 350 fundaciones autofinanciadas.
Los objetivos se fueron alcanzando parcialmente. Primero se logró obtener zonas libres de aftosa y luego, en el año 1996 , se consiguió el reconocimiento internacional de la Argentina como país libre de aftosa con vacunación. En 1999 se tomó la polémica decisión de dejar de vacunar.
Las expectativas de ingresar en el selecto mercado de países no aftósicos fueron mayores a las garantías sanitarias. El 30 de abril de 1999, con mucha pompa, el ex presidente Carlos Menem aplicó la última vacuna en la estancia Facundo, de Colonia Caroya, en la provincia de Córdoba. "Esto es un hecho histórico", decía Menem. "Tengo el honor de ser el presidente que colocó la última dosis", manifestó orgulloso.
El mismo día, en Rosario, Aprocaboa, había organizado su propia celebración, denominada "la de los productores". Con la presencia del todavía senador Carlos Reutemann, los invitados centrales del programa fueron Cané y Rivenson, dos opositores abiertos a la decisión de dejar de vacunar. Fueron pocos, en ese momento, los que manifestaron esas prevenciones.
En mayo de 2000, con el voto de las 150 naciones integrantes, la Organización Internacional de Epizootias (OIE) declaró a Argentina "país libre de aftosa y sin vacunación".
La felicidad duró apenas un respiro. Ya gobernaba el presidente Fernando de la Rúa, que había designado como presidente del Senasa a Oscar Bruni, un hombre de su confianza. Antonio Berhongaray, al frente de la Secretaría de Agricultura, le dispensaba poco cariño al titular del organismo sanitario. En realidad, ambos funcionarios estaban peleados, según recuerdan dirigentes ganaderos que supieron frecuentar a ambos y que rememoran, por ejemplo, haber estado en reuniones en las que Bruni se negaba a atender el teléfono cuando llamaba Berhongaray.
Bruni fue el encargado de admitir, a tres meses de la declaración de la OIE, que se habían detectado 10 animales con reacción positiva de la enfermedad. Eran animales ingresados ilegalmente de Paraguay, país que desde hace varios meses antes enfrentaba focos de aftosa no declarados.
El entonces titular del Senasa anunció el sacrificio de tres mil cabezas en la provincias de Córdoba, Entre Ríos y Corrientes, al tiempo que se suspendieron preventivamente las exportaciones a Estados Unidos y Canadá. "En ese momento nosotros, como entidad, pedimos que se hiciera un informe real sobre las existencias bovinas en Formosa porque con la cantidad de hacienda que salía de esa provincia, en comparación con la declarada, hacía pensar que todas las vacas parían mellizos en esa provincia", recordó el presidente de Aprocaboa, Angel Girardi.
Mientras todo esto sucedía, en los campos corría el pánico. Las 10 cabezas se transformaron en cien, en mil y los productores salían con desesperación a comprar vacunas para apagar el incendio.
A fin de año, el gobierno declaraba haber controlado el problema y, tras una inspección, se reabrió el mercado estadounidense y el europeo. Hasta ese entonces, nunca se admitió la existencias de focos.
Y ahí fue que entraron en acción los "hombres de negro", como se llamaba a los sigilosos cazadores de extraterrestres en una vieja serie de televisión. De golpe llegaban veterinarios a los campos que, sin dar mayores explicaciones, aplicaban "refuerzos" a la hacienda.
Las enfermedades "muy parecidas a la aftosa", con los mismos síntomas, los mismos cuadros y las mismas consecuencias, pero con nombre distinto, irrumpieron como epidemia. "Es garrapata", decían.
Se impuso el silencio como política de Estado, con la complicidad de funcionarios de todos los niveles, los productores y hasta de los países compradores, como Estados Unidos. Hubo un guiño de confianza de que Argentina iba a controlar la situación. En Europa, por ese entonces, reapareció la aftosa en Inglaterra, Holanda y Alemania, profundizando la crisis ya desatada con la vaca loca, enfermedad que sí mata al hombre.
En el medio, Bruni renunció al Senasa y se llamó a silencio. Todos apuntaron a Berhongaray. "El siempre quiso ser ministro de Defensa y cuando estalló la crisis de la aftosa optó por aplicar una estrategia propia de una fantasía militar, con secretos de Estado y esas cosas", recuerda hoy un productor que compartió varias reuniones con el ex funcionario por esa época.
La ficción duró hasta marzo, cuando la presión de los países compradores y de algunos productores no se aguantó más. Enrique Klein, un importante productor de Venado Tuerto, se decidió a romper el silencio. Aseguró tener animales enfermos con el virus y reclamaba acciones por parte del gobierno. "Este pacto de silencio me hace recordar a la dictadura", dijo.
Luego vino la cadena de denuncias y el cierre de los principales mercados. Berhongaray se fue de la Secretaría de Agricultura sin declarar que en Argentina había foco. Finalmente, en marzo de este año, cuando los focos ya no se podían controlar más, se blanqueó la situación. Oficialmente, la fecha donde se registró el primer foco en Argentina es el 12 de marzo. Aunque los los productores digan que es desde hace mucho más tiempo.
El Senasa fue intervenido, y después de marchas y contramarchas, Bernardo Cané, volvió a ocupar la presidencia del organismo.
"Tenemos una segunda oportunidad y no creo que exista una tercera", sentenció Cané ante un grupo de productores.
El movimiento ilegal
Sobre las causas del rebrote de aftosa no hay una sola teoría. Hay quienes defienden la postura de que en realidad el virus no había desaparecido cuando se dejó de vacunar. Esta hipótesis sugiere que si bien no estaban los síntomas, el agente causal permanecía.
La otra hipótesis apunta al contrabando de hacienda desde países limítrofes, un tema más escabroso que la aftosa misma. Ambas teorías coinciden en algo: no se cumplieron con los controles epidemiológicos necesarios y fue apresurada la decisión de dejar de vacunar.
Sobre ese último punto, las miradas apuntan a cierta presión de los laboratorios, en ese momento cinco, que no querían perder un negocio millonario.
"En mi opinión el rebrote tiene que ver con una seguidilla de focos que siguen la ola productiva. Hubo focos en el Pantanal (Brasil) en diciembre de 1999. Hubo denuncias de productores en Paraguay. Por otro lado había un creciente diferencial de precios que tentaba a determinada gente a comprar los animales del otro lado de la frontera. Esa hacienda, una vez en Formosa, luego aparece en Corrientes, Entre Ríos o Córdoba", explicó Cané.
Para un epidemiólogo que trabaja en un organismo estatal, y que tiene expresas órdenes de no hablar sobre el tema, en la Argentina había carga viral, quizás ínfima, pero suficiente para no dejar de vacunar. "Había desaparecido el síntoma pero no el agente causal", afirmó.
El actual presidente del Senasa no concuerda. "No me consta que haya muestreos que hayan dado positivo y si los hubo no los presentaron", indicó y enfatizó el respecto del contrabando de hacienda. "Cuando hay una carga viral tan fuerte en la zona, como en Brasil o Paraguay, es muy difícil que no se traslade", indicó.
Para el epidemiólogo Juan José Noste, profesor de la Facultad de Veterinaria de Casilda de la UNR, el virus de la aftosa no se había ido de Argentina. "El último foco fue en 1994, General Villegas, provincia de Buenos Aires. A partir del 95 no hubo focos y en el 99 dejamos de vacunar. Si yo hubiese sido un asesor técnico de un país importador hubiese decidido no comprar masivamente, esperar 12 meses y esperar lo que pasaba", indicó el investigador. Y fue exactamente a los 18 meses cuando reaparecen los focos, mientras tanto estaba en la garganta", agregó.
Su argumento se basa en que la aftosa en Argentina es un problema del circuito de la carne y que si se interpreta cómo se mueve la hacienda, se van a comprender los momentos de riesgo. "El movimiento de la hacienda hace que aparezcan los focos porque el virus está en todos lados y se mueve con la vaca", indicó el especialista.
Para Noste, hay tres lugares grandes donde se producen terneros: uno es el norte santafesino, Corrientes, el Nea y el Noa; , otro lugar la cuenca del río Salado, -que se inicia en la Picassa y termina en la Bahía de San Borombóm -, y el otro la zona de la pampa semiárida como La Pampa y San Luis, detrás de las sierras de Córdoba.
Como no se les puede dar valor agregado porque no son buenos campos, "exportan" terneros hacia regiones cercanas a las grandes urbes como Rosario o Buenos Aires. Esto se realiza en determinados momentos del año. "El ternero lo trae, lo canaliza el stress, se concentra y ahí aparecen los focos. Por eso analizamos que los focos aparecen 15 días después, coincidiendo con la curva de movimiento", argumentó Noste.
Para el investigador, la vacunación hizo que la curva de focos se aplane y desaparezca, pero mientras tanto el virus vive normalmente en la garganta, no llega a la sangre y no hace la enfermedad. "Es como la gripe -comparó- cuando se vacuna todo el mundo por ahí no hay enfermedad pero no significa que se mate al virus. Lo que impide es que aparezca la enfermedad".
Por qué la presencia de la enfermedad no aparecía en las pruebas, es una incógnita. "Yo no tuve información y nadie podía acceder a ellas pero sí puedo decir que se hizo mal desde el punto de vista del muestreo. Es una prueba tamiz, -se saca sangre a un porcentual que se calcula estadísticamente y se calcularon desde el Paseo Colón", disparó el investigador.
Desde su perspectiva, lo que faltó en esas pruebas fue la caracterización, que es la que identifica las distintas formas de producción. No es lo mismo sacar un VIA en una vaca de cría, a un ternero o a una de tambo.
El epidemiólogo profundizó aún más su hipótesis refiriéndose a que faltó también, para dejar de vacunar, una prueba de endemismo, que va identificando de acuerdo a los focos la presencia de menor o mayor presencia de virus.
"En Argentina hay distintos ecosistemas de la fiebre aftosa, está el primario, que coincide con el sistema de producción de terneros, que hacen el mantenimiento del virus; el secundario, donde aparecen los focos, donde se traen los animales; y los parendémicos, la zona del macizo andino, el NOA y el tambo", enfatizó.
"Esto marca que la enfermedad está en el circuito de la carne y se produce en el circuito de la invernada. Pero el virus se mantiene donde están las vacas porque tiene una semivida más larga".
El especialista insistió en señalar que desde que se dejó de vacunar, "se organizó mal el muestreo y luego se empezó a esconder porque los resultados no bajaban como se pretendía, sobre todo en las zonas de mucho riesgo. Lo sospecho porque después vino todo un proceso de engaño, que ingresaron con 10 vacas desde Paraguay, que el virus no era propio".
Para Angel Girardi, productor ganadero, el error fue abandonar la vigilancia en las zonas de frontera. "Nos dormimos en los laureles y eso fue un error tremendo". El productor también señaló que "tenía que haber quedado un banco de vacunas; Rivenson, el inventor de la vacuna oleosa, lo dijo cuando se dejaba de vacunar".
Las denuncias judiciales
Ciertamente el tema del movimiento ilegal de hacienda es un tema que todos conocen pero son pocos los que se animan a dar una visión sobre el tema. El tema no sólo genera un dolor de cabeza para la Afip, por la evasión estimada en 500 millones de pesos anuales, sino también a las autoridades que tienen que llevar adelante el plan de erradicación de la aftosa.
El argumento que sostiene que el rebrote de aftosa responde a la infiltración del virus desde Paraguay, supone también un movimiento ilegal.
Conocido el rebrote de la enfermedad, el Senasa inició una investigación para determinar cómo ingresaron en el país los vacunos con serología positiva. Saltó que ocho personas tendrían una presunta vinculación con el contrabando de hacienda desde el vecino país. Los involucrados serían de Formosa, Buenos Aires, Corrientes y Córdoba. Según una publicación del diario "La Nación", el año pasado, entre los sospechados se encuentra el productor bonaerense Oscar Lago, la empresa Don Goyo de Bahía Blanca y la firma San Carlos de Formosa.
También circularon los nombres de importantes consignatarios como Elvio Colombo, quien en su momento fue el coordinador para el área agropecuaria de Fernando De la Rúa, cuando todavía era presidente electo. La presunta participación de Colombo en el ingreso de animales desde el país vecino fue incluso motivo de un pedido de informes discutido en la Legislatura santafesina.
El trabajo que el Senasa presentó a la Justicia señalaba que, de la provincia de Formosa, entre mayo y junio de 2000 salieron más del 50% de los animales que en igual período del año anterior y que varias personas aumentaron en un 100 % el número de sus rodeos. También se explicaba que en varios planteles, el número de traslado de terneros era sensiblemente mayor al de las madres.