Y ahí anda el humilde y sacrificado Argentino, levantando esperanzas y renovando la inclaudicable fe de sus hinchas. Ahí anda el insolente equipo de barrio Sarmiento, desafiando al descenso y faltándole el respeto al Ferro de la historia grande y el presente chico. Ahí anda el equipo comandado por la dupla Machetti-Craiyacich, caminando por la cornisa, consciente de sus limitaciones y sin vergüenza para mostrarse tal cual es. Con el objetivo de taparle la boca a los futúrologos que lo condenan al descenso seguro, el salaíto saltó al José Martín Olaeta a desafiar los malos augurios. Y puso todo: voluntad, lucha, marca, confusión y algo, aunque sea algo, de fútbol. Y tuvo su premio, se obsequió un triunfo que le da licencia para creer que nada es imposible.
Los amantes del fútbol de toque y gambeta que ayer se dieron una vuelta por Sorrento y Víctor Mercante seguramente terminaron despotricando contra el espectáculo que ofrecieron esos 22 hombres corriendo tras una pelota. Y está bien, porque lo que se vio ayer se asemejó más al fútbol tetrabrik que al fútbol champán. Pero si hay algo que esos críticos estéticos no podrán decir a la hora de formular sus enojos, es que al partido le faltó corazón. Y específicamente del lado de Argentino. Por eso el reconocimiento de la gente local y los insultos del lado visitante (ver Desde el Olaeta) cuando término el partido.
Con un Pablo Sampaoli manejando los hilos del mediocampo, con la inclaudicable voluntad de Felipe Ojeda para chocar con toda la defensa de Ferro, la fuerza de Juan Núñez en el sector derecho y una defensa que ayer se mostró sólida y ordenada, a Argentino le bastó para cerrar un primer tiempo aceptable. Apenas aceptable, pero meritorio al fin, teniendo en cuenta que Ferro se presentaba en la divisional y que tiene como objetivo recuperar el terreno perdido.
Pero lo de Ferro fue tan antiestético y antipático que lo más previsible que le podía pasar era perder. Y Argentino se encargó de equilibrar la balanza de la justicia. Con poco, pero con mucho. Con poco fútbol elitista y con muchas ganas de creer.
Apareció Akerman
En la segunda parte creció Gastón Vanadía y el equipo tuvo más volumen de juego. Ojeda siguió insistiendo y el gol estaba cerca. No al caer, pero cerca. ¿Ferro? Poco. Casi nada. Directamente apostaba a alguna corrida del siempre peligroso Mangiantini y si el partido terminaba empatado, mejor.
Pero Machetti movió el banco, cambió el dibujo táctico y se la jugó por un hombre más de punta. Entonces entró Damián Akerman por el ecuatoriano Bagüí y la fórmula tuvo el efecto deseado. Faltaban siete minutos para que llegara el epílogo cuando Vanadía metió un pelotazo cruzado, que el recién ingresado no desaprovechó. Le ganó en velocidad al eterno Mario Marcelo y sacó un remate débil, cruzado, que con la colaboración del arquero Juan Carlos Raña, se tranformó en el único gol de la tarde. Fue el tanto que impartió justicia, el que dividió la historia, el que cerró el pleito.
Después llegó el final decretado por Loureiro y Argentino fue un solo abrazo. Un grito de furia lanzado por un conjunto de hombres que se unieron en el centro de la cancha para demostrarse a sí mismos que pueden. Que quieren desafiar a los pronósticos y que ayer demostraron que siempre hay lugar para la esperanza.