Colonia Belgrano. - Los animales que pueblan la reserva no son fáciles de observar entre los juncales, espartillos y otros altos pastos del lugar, salpicado de lagunas temporarias y con dispersas agrupaciones de árboles. Pero están allí, y los naturalistas, zoólogos y botánicos que acuden al lugar trazaron un profuso relevamiento, fruto de pacientes vigilias y observaciones. Entre los mamíferos se enlistan el zorro gris, el peludo, el zorrino, el gato montés, el coipo, el cuis, el hurón y la comadreja. No se cuenta al puma, que se suele ver, porque debido a sus hábitos de desplazamiento no se lo considera residente. El repertorio de ofidios incluye culebras como la ñacaniná y víboras como la de cascabel, la yarará y la de coral, entre otras, además de reptiles como la iguana, quelonios como la tortuga de estero y una variada gama de batracios. La nómina de aves es imposible de reflejar en su totalidad dada la cantidad de especies que la integran, aunque entre ellas se puede citar a la cigüeña, el carau, el cisne de cuello negro, rapaces diversas y pájaros de diverso colorido, hábitos y tamaños, en cuya identificación trabajó intensamente el ornitólogo Martín de la Peña, miembro del Consejo de Administración de la reserva, que preside Johannes Jenny. Una de sus recomendaciones, sugeridas por el relevamiento efectuado, fue la de introducir un ave emblemática de la pampa argentina como lo es el ñandú, ya ausente en el patrimonio de la zona cuando se estableció la reserva, pero los ejemplares largados en la reserva fueron muertos en campos vecinos al trasponer los límites del terreno tutelado. Es que "lógicamente no se pueden proteger los múltiples y complejos sistemas vivos de la pampa en una reserva de mil trescientas hectáreas. Una reserva no es un zoológico. Los animales salen de ella para buscar alimentos o son sólo huéspedes por un tiempo como las aves migratorias. El continuo intercambio de las especies con el entorno exige que en éste también reinen condiciones cercanas a las naturales. Es por ello que la Fundación no puede prescindir de su colaboración. Muchas veces son pequeñas cosas las que producen un efecto positivo grande", agrega la cartilla de promoción de la Fundación, que busca la comprensión y la participación de los propietarios de los campos vecinos para el objetivo que se persigue. En lo que hace al recurso botánico, un listado elaborado en 1992 relevó en la reserva 89 especies, la mayoría gramíneas, además de algún árbol como el ñandubay y otros que forman pequeños agrupamientos de chañar, cina-cina y espinillo o aromo, que también se impulsa multiplicar, agregando otra especie autóctona como el ceibo alrededor de la laguna ubicada en el centro del estero que ocupa la mitad sur del espacio protegido. Como reconoce la propia Fundación, mil trescientas hectáreas resultan escasas para la labor que se intenta desarrollar, por lo que la ampliación de la reserva es un anhelo declarado de quienes están comprometidos en el proyecto. Más aún cuando poco menos de un tercio del área involucrada debió alquilarse para ganadería, única forma por ahora de obtener recursos para el mantenimiento y desarrollo del sitio. "La introducción de vacunos en el lugar fue condicionada a que se alimenten únicamente de las gramíneas existentes. No se pueden sembrar nuevas pasturas ni aplicar agroquímicos", explica Opplinger, preocupado por mantener el lugar lo más incontaminado posible. "No es de nuestro interés permitir el ingreso a la reserva de animales que no pertenezcan a la fauna autóctona, pero en este caso el alquiler que nos pagan es indispensable para mantener los contrafuegos que deben realizarse para evitar la propagación de ocasionales incendios y mantener los alambrados perimetrales, en los que de a poco se va reemplazando el alambre de púas para permitir a los animales silvestres cruzar sin lastimarse", completa el gerente del lugar. Frente a la vastedad de la llanura y en medio del silencio que sólo quiebra el canto de algún pájaro, cuesta creer que los altos pastizales alberguen tanta vida. El aparentemente desolado paisaje convoca a la contemplación silenciosa, a alertar los sentidos para tratar de atesorar los aromas que lleva y trae la brisa, un discreto rumor que indique el deslizamiento de algún animal entre las matas, el más leve temblor del espartillar que delate un movimiento furtivo. El campo que uno conoce, totalmente modificado por la presencia y la actividad del hombre tiene poco que ver con el paisaje natural de la Pampa santafesina. Por contraste, asomarse a la Reserva Natural Federico Wildermuth resulta una experiencia única y reveladora, que reconcilia al visitante con la maravilla de la creación y lo ubica en el exacto lugar que le fue asignado en el concierto universal.
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