Año CXXXIV
 Nº 49.184
Rosario,
sábado  21 de
julio de 2001
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Análisis: La mugre bajo la alfombra

El mayor escándalo político de la posdictadura parece encaminarse hacia un final con resultado conocido: impunidad. El supuesto pago de coimas a senadores a cambio de la aprobación de la ley de reforma laboral provocó cimbronazos en la estructura del poder que amagaron, incluso, con desencadenar un proceso de mani pulite en la Argentina. Nada de eso ocurrió.
La resolución de ayer de la Cámara Federal manda al archivo una sucesión de hechos que (pese a quedar eclipsados por la catarata posterior de episodios políticos, judiciales y económicos de magnitud -detención del ex presidente Carlos Menem, desbarranque del gobierno nacional y podas sociales por doquier, entre otros-) generaron la renuncia del vicepresidente de la Nación, del jefe de la Side, del presidente provisional del Senado, de los jefes de los bloques oficialista y del PJ y del ministro de Trabajo. Parece que esa ola que hizo modificar casi medio gabinete hubiese ocurrido en otro tiempo y en otro país.
El affaire de los sobornos amagó, incluso, con depurar desde el ejemplo un ámbito cuestionado como el de la Cámara de Senadores. La confesión de Emilio Cantarero a una periodista del diario La Nación sobre el cobro de coimas pareció marcar el punto de ruptura. Pero, pese a los discursos encendidos en extenuantes sesiones de madrugada, nadie renunció a la banca.
La mayoría de los argentinos está convencida de que las coimas se pagaron; Liporaci, primero, y Gabriel Cavallo, después, admitieron la existencia de indicios graves. En estricto off varios legisladores confirmaron a La Capital que los nombres de los personajes involucrados "no sorprenden a quienes conocemos los pasillos del Congreso de la Nación".
Sin embargo, la resolución de la Cámara Federal, el corporativismo de la clase dirigente y el olvido de buena parte del periodismo impidieron que la política argentina pudiera autorreivindicarse.
"Acá no ha pasado nada", es el mensaje desafiante que se recicla desde el poder y la Justicia. Preguntas del tipo ¿quién pagó? y ¿quiénes cobraron? seguirán flotando sobre el vaho fétido de la impunidad. La alfombra que alguna vez se levantó y dejó ver las miserias de la política argentina volvió a desenrollarse. Al fin de cuentas, el nuevo asesinato al Honorable Senado de la Nación pareció resultar un crimen perfecto.
La falta de mérito a los once senadores involucrados y la ausencia de renunciamientos sigue siendo el mejor abono para hacer reverdecer la venenosa frase que tanto irrita a los políticos: "Son todos iguales".


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