Es precisamente el antiguo barrio judío de la ciudad el que parece conservar el ambiente de los relatos de Kafka inspirados en el Talmud y en las fábulas judías. Al norte de la ciudad vieja se encuentra el bello cementerio judío, sitio de los enterramientos de la comunidad desde 1439 hasta 1787, y las sinagogas, entre ellas la Vieja-Nueva Sinagoga, de mediados del siglo XIII, y la Sinagoga Española, cuyo lujoso interior con motivos orientales (1868) contrasta con la austeridad de la primera. Kafka y su padre solían ir a ésta última cuando era niño. Más tarde el escritor recuperaría sus raíces judías para componer muchos de sus relatos.
Pese a ello el souvenir más apreciado por quienes visitan el antiguo barrio judío es una estatuilla de cerámica del Golem, un ser fantástico que habría sido creado por el célebre rabino Löw y al que le habría infundido vida escribiendo en su frente una inscripción en hebreo. Una noche el rabino habría olvidado borrarla y el Golem, suelto, sembró el terror hasta que su creador acabó con él borrándole la palabra que le daba aliento y enterrándolo en los fondos de la Vieja-Nueva Sinagoga. El escritor austríaco Gustav Meyrink se inspiró en esta fábula para escribir un relato del mismo nombre.
El paseo repentino
Entre quienes también caminaron por las calles de Praga, entre aquellos cuya literatura nos dio a conocer los encantos de la ciudad antes de visitarla, están el actual presidente y poeta Václav Havel, quien solía dar largos paseos por las orillas del río y Milan Kundera, en cuyos libros el pulso de Praga es constante. Emprender una recorrida por la ciudad siguiendo sus pasos es una forma de no perderse jamás, y de agradecer esa maravilla de la literatura, que es siempre, ella misma, un viaje.