Año CXXXIV
 Nº 49.157
Rosario,
domingo  24 de
junio de 2001
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Opinión: La Argentina de cortes de rutas y reality shows

Jorge Levit

La velocidad con la que en la Argentina suceden situaciones espectaculares y hasta explosivas es un privilegio criollo difícilmente encontrable en otras latitudes. Un ex presidente que se casa y va preso, y al actual lo operan de urgencia y cada día pierde más imagen. El dólar que se desdobla y los impuestos que suben y bajan. Las rutas cortadas y los aeropuertos tomados. El huso horario que cambia y después no cambia. Una delicia.
Mientras tanto, el país asiste a una de las mayores encrucijadas de las últimas décadas: la depresión económica amenaza con derrumbar definitivamente el sueño de un país generoso, culto y que ostentó tener alguna vez el mejor nivel de vida en Latinoamérica. La gente que puede emigra y la que no puede aguanta. El gobierno -hay que recordar que es la Alianza para el Trabajo, la Justicia y la Educación- tiene buenas intenciones porque nadie quiere suicidarse y menos en política, pero falla una y otra vez en la conducción del liderazgo y en la falta de coraje para tomar decisiones heroicas.
De la Rúa tuvo que hacerle tragar a más de uno el ingreso de Cavallo al gobierno porque comprendió que era su última arma para intentar salir de la crisis. Lo deja hacer y deshacer, cambiar deuda pública, viajar por el mundo y hablar hasta el cansancio para convencer a los argentinos de que este país aún es posible. Mientras Cavallo intenta superar la crisis -se está olvidando del ajuste en la política, los privilegios jubilatorios de miles de personas, el achique de la burocracia del Estado y de su propio ministerio-, un grupo selecto de funcionarios cercanos al presidente se encargan de agregarle un toque tragicómico a la delicada situación. Desde que es presidente, De la Rúa ya cambió varias veces de vocero y aún hoy no se sabe bien cuántos tiene, ya que los mensajes se superponen. Ahí comienzan los errores y las interminables dudas y contradicciones. Y siguen en la forma de conducción, vacilante muchas veces. Los ejemplos sobran:
* Los argentinos se enteraron de que el país no cambiaría de hora oficial a través del gobernador de Buenos Aires, quien ofició accidentalmente de vocero presidencial e hizo el anuncio.
* El gobierno tuvo que salir a explicar para qué una cámara fija filmaría toda la actividad del presidente y sus funcionarios, al estilo de un reality show, para luego ser transmitida en parte y por flashes por el Canal 7. Como si ya no fuera demasiado el diario espectáculo decadente de varios jóvenes encerrados en una casa sin hacer y decir más que estupideces.
* No menos increíble fue la afirmación del ministro de Salud, quien pensaba que estaba frente a una junta médica y confesó que De la Rúa padece de arteriosclerosis, con la carga semántica que esa palabra tiene.
* La situación social de Salta parece haberse dejado en manos de la Gendarmería Nacional, cuando todos saben que esa fuerza no se destaca por su intelecto y difícilmente pueda hacer otra cosa que reprimir. Con una asistencia rápida del Estado y la intervención de funcionarios políticos de primer nivel la situación se hubiera podido contener. En la dramática argentina del siglo XXI, con sólo planes Trabajar de 160 pesos mensuales (5,33 pesos diarios) es suficiente para contener el malestar. Y ese es el peor síntoma, la resignación que trae la pobreza en un país donde todavía sobran los recursos.
Aún hoy, en medio de la recesión, el gobierno podría repartir la riqueza con mayor equidad y animarse a tocar a los sectores tradicionalmente favorecidos. El sector financiero y bursátil, las empresas privatizadas, los gastos innecesarios que demandan las Fuerzas Armadas, los excesivos sueldos de funcionarios y políticos, el aporte del Estado a las confesiones y educación religiosas. Y la lista podría continuar. En este país se reparte miseria entre piqueteros, jubilados, maestros, científicos y desocupados. Ese es el verdadero reality show indigno, abyecto. Es el contraste de una Argentina todavía rica y abundante, pero con una pauperización creciente de la población.


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