Año CXXXIV
 Nº 49.148
Rosario,
viernes  15 de
junio de 2001
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Copa Libertadores
Una fiesta en azul y amarillo incompleta

Mario Candioti

La bronca que da cuando al que organiza la fiesta le roban la satisfacción del bolsillo. Si hasta parecía coordinada desde hace tiempo. Incluso con la caravana casi al pie del puente, allá donde los pilotes del mastodonte de cemento empiezan a tomar forma en el control de Baigorria, allí donde la gente le brindó su apoyo a un equipo que cometió el pecado de creerse milagroso.
Todo a full, hasta las manos, como les gusta decir a los de la popular. Y qué cultura ni cultura, si esto es fútbol, sin ortografía, sin dialéctica, sin filosofía barata. Apenas los zapatos de goma para aguantar el aguacero. ¿Una señal tal vez? No viejo, lo de Cali ya no volverá. Fue una mezcla de Dios, Barbat y el oportunismo de Pizzi, que bien supo por diablo, pero también...
Fue más intenso que en el Azteca. El azul y el amarillo dominaron la escena desde siempre, desde que la primera puerta del Gigante fue abierta para que la gente inundara con pasión su propia casa. Fue fumata pasional con humo de guerra azul y oro, fue el delirio que se fue sosegando porque los goles no llegaban. Fue banderazo permanente y ese estandarte con un "Gracias Patón", para que le gente no pierda la memoria. Fue el aliento a veces tibio que buscó crecer y a veces no se animó.
Pero el pueblo canalla dijo presente. Como siempre, si hasta pareció un calco de aquella noche de diciembre del 1995, cuando el 4 a 0 del Mineiro dolía tanto que parecía irremontable. La imagen de la Conmebol sobrevolaba y desaparecía como un fantasma, más cuando el fondo cementero le daba vía libre a las desbocadas apetencias canallas. Y eso que la prensa mexicana había alabado a ultranza a sus tres del fondo. Sí, como lo lee, sin que se les cayera la cara de vergüenza. Si eran una invitación a faltarles el respeto. Y Central, de puro tímido, no supo que tutearlos no era cuestión de mala educación.
Y si aquel sueño de la Conmebol fue posible, a este le faltó un toquecito. Fue una oportunidad histórica que será difícil de igualar. Por eso las lágrimas eternas del Tombo, el héroe de Cali que seguramente no habrá podido dormir. Fue el dolor de Ezequiel y la amargura de Pizzi, un veterano de mil batallas que la vio tan cerca. ¿Qué faltó, si la fiesta estaba preparada para festejar en el barrio? Tal vez un toque de nivel, tal vez más aplomo. Pero se terminó entero, aunque con el alma destrozada.
La bronca que da cuando uno organiza la fiesta y el colado se lleva la mejor mina. El odio que se siente haberse puesto el mejor traje y que el de la ropa informal le primeree su presa. Algo de eso le pasó a Central. Había contratado el mejor servicio, había dispuesto la mesa porque confiaba en celebrar. Había que esmerarse para que el visitante no le aguara la fiesta. Pero Cruz Azul la canchereó bien, sin estridencias. Y se llevó el premio mayor. El que más importaba. El objetivo para el cual la fiesta había sido montada.
Otra vez será, las banderas quedarán bien guardadas. Habrá que ir pensando en alguna otra fiesta. Más económica, quizás, pero siempre pensando en volver.



Aunque el sueño acabó, Central entró en la historia.
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