Año CXXXIV
 Nº 49.142
Rosario,
sábado  09 de
junio de 2001
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Editorial
Las víctimas del paro

El país entero volvió a sufrir, ayer, las consecuencias de la inmadurez política de un sector que, para expresar su disconformidad, no encuentra mejor camino que perjudicar los intereses de la comunidad toda.
La huelga convocada por la CGT denominada rebelde dista, en efecto, de ser representativa de las mayorías nacionales. Sin embargo, al paralizar ese núcleo clave de la actividad que constituye el transporte urbano de pasajeros consigue impedir la asistencia de la gente a sus lugares de trabajo. En tal sentido debe hacerse notar la enorme responsabilidad que les cabe a quienes conducen los gremios directamente implicados, como -en Rosario- la UTA: es que de su decisión depende que la balanza se incline, en última instancia, hacia uno u otro lado.
Otro de los elementos que pesan demasiado en el ánimo popular es el miedo. Ocurre que, como la propuesta de huelga dista de despertar la adhesión con la que sus propulsores sueñan, la intimidación directa o indirecta suele ser la ruta que finalmente se transita. Porque, pese a encontrarse garantizada constitucionalmente, en circunstancias como la presente la libertad de trabajo se convierte, por desgracia, en una utopía. De allí que se produzca la paradoja de ciudades semidesiertas, plagadas de persianas bajas y locales cerrados, en las cuales un gran porcentaje de los habitantes se queja de la situación. Peculiar manera, sin dudas, de convertirse en uno de aquellos cuya ausencia laboral contribuirá a engordar los guarismos que reflejan el potencial "éxito" de la medida de fuerza convocada.
Por supuesto que no se pone en tela de juicio aquí la legitimidad de expresar el disenso con el modelo económico-social implementado, ni tampoco la validez política de enfrentarlo con resolución: lo que se cuestiona es la modalidad adoptada para hacerlo. El país, sumergido desde demasiado tiempo atrás en una recesión profunda, precisa más que nunca del esfuerzo mancomunado de todos sus pobladores para salir adelante. Resulta altamente inoportuno, entonces, que nuevamente se apele a la modalidad del paro dominguero -no existe casualidad en la elección del día viernes para realizarlo- como vía para canalizar la protesta.
El mal, sin embargo, parece ser endémico. Profundos cambios han ocurrido en todas las áreas de la vida nacional y pese a ello no se registran modificaciones en este terreno clave: ciertos dirigentes sindicales no dan la impresión de haber evolucionado junto con el resto de la sociedad y permanecen anclados en un lejano pasado. Lo dramático de la situación es que el precio de sus errores es pagado por todos.


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