Fernando Toloza
"Kabaret criollo" es el nuevo espectáculo de la regisseur Betty Gambartes que desde este viernes se presentará en La Rosario, Laprida 1230, a las 22.30, con la actuación de las cantantes Graciela Mozzoni y María Lanese, Néstor Mozzoni en el piano y el actor Pablo Fossa. La obra dramatiza canciones del cabaret berlinés de los años 20, del repertorio de Marlene Dietrich y de Edith Piaf. Con un gran despliegue de actuación y canto, de vestuario y luces, el espectáculo está pensado para representarse en Rosario durante una temporada de dos meses y luego emprender el camino a Buenos Aires. "Es muy difícil entrar en Buenos Aires, y con el talento sólo no siempre alcanza", dijo la directora, quien el año pasado montó la ópera "Las bodas de Fígaro", en una rigurosa producción rosarina. "Siempre quise hacer ópera en el patio de mi casa", declara Gambartes para dar cuenta de sus búsquedas, que le han puesto a cada de sus espectáculos un sello propio, donde humor y emoción no son excluyentes, y donde el virtuosismo nunca es un fin sino un medio para llegar al corazón del espectador. -¿Cómo llegaste a la dirección de ópera? -Tengo un pasado como pianista clásica (ver aparte), pero sentía que por allí no iba mi camino. Entonces elegí la dirección de ópera porque allí había muchas disciplinas por las que yo había atravesado. Cuando ingresé al Colón me sentí en inferioridad de condiciones porque no sabía lo que sabía todo el mundo y me acuerdo que en el examen me animé a decir con un federalismo exaltado: "Qué puedo saber yo de ópera si vengo de Rosario donde no hay temporada de ópera como en Buenos Aires, y para hacerlas se hace un esfuerzo enorme". Me podía dar el lujo de decir semejante boutade porque sabía, pero ahí intentaba expresar otra cosa. Entonces me preguntaron para qué quería estudiar ópera, y yo les dije: para hacer ópera en el patio de mi casa (risas), para llevar a esta forma a un salón de baile de un club social de barrio o al atrio de una iglesia. Yo quería hacerla popular y accesible y no la cosa dura y distante que parece tener la ópera. -¿Qué te ofreció el Colón? -Cuando entrás en el Colón sentís que sos de verdad un director, porque todas las carreras te aportan gente. Tenés, por ejemplo, un director musical, un preparador musical, un apuntador, los cantantes... y de veras tenés que saber, porque si no qué hacés con toda esa gente. Además, cada uno se te planta y tenés que, por lo menos, ordenarlos. Ahí empecé a sentir que tenía que meter mano en los espectáculos, hacer espectáculos míos. Cuando vivía en Estados Unidos fue un impacto ver a uno de los grandes tenores cantar, pero parecía que no le pasaba nada, como si la canción no lo atravesase. Yo me pregunté cómo la ópera no los traspasaba, y ahí me nació la idea de dramatizar las canciones. -¿Cómo llegaste de la lírica a los boleros? -Empecé a pensar cómo dramatizar los lieder de Schubert para cantantes llamados clásicos y después me pasé a la canción. En ese momento estaba leyendo "Fragmentos de un discurso amoroso", de Roland Barthes, y creo que eso influyó bastante. Me di cuenta entonces de que lo que había que dramatizar eran los boleros, porque ya son minidramas de tres minutos. En el Colón no lo podían creer y me decían "¿vos, que jamás bailaste un bolero, los vas a dramatizar?". Y sí, lo hice y así nació "Arráncame la vida". -En "Kabaret criollo" ¿hay una influencia de la literatura de Manuel Puig, con su mundo de gente que vive según se vive en los melodramas? -Me fascina la literatura de Puig e incluso hablé con el hermano porque yo quería hacer "Cae la noche tropical". El me propuso hacer un musical que dejó Puig y que es un homenaje al bolero, especialmente a José Alfredo Jiménez. Es muy difícil. En "Kabaret criollo" no pensé en Puig pero el personaje de Ivonne bien puede haber salido del mundo de Puig, porque se la pasa soñando con ser lo que no puede ser. Es un personaje anodino, de barrio, muy años 50, que sueña las cosas perfectas, como bañarse en leche para recibir al hombre que ama y otros delirios, pero el tipo no le da cinco de bolilla. Todo pasa por su imaginación. -¿Cómo vas a adaptar "Kabaret criollo" de un escenario a un bar? -A mí que no haya escenario me da lo mismo, si yo quería hacer ópera en el patio de mi casa. Lo que a mí me importa de este espectáculo es que sea cabaret criollo. Es decir, mostrar cómo un grupo de rosarinos hijos de inmigrantes se podía imaginar lo que hacían en Europa el cabaret de Berlín de los años 20, Marlene Dietrich y Edith Piaf, sin haberlos visto jamás. Es el cabaret europeo hecho en Pichincha. En el oído tenemos en las canciones pero no vivimos nada de eso y lo imaginamos. Son personajes que sueñan con lo que debería ser una estrella de cabaret y lo montan como lo pueden montar. -¿Ese mostrar la trastienda sirve para que los músicos se sientan más seguros en sus roles actorales? -Todo el tiempo se ve la cocina, porque, sobre todo Ivonne, confunde realidad y ficción. Ivonne está obligada a hacer de hombre por los otros personajes. Es un papel muy complejo porque Pablo Fossa tiene que interpretar a una mujer, a la que obligan a actuar de hombre, y que se desespera por mostrar, cuando puede, su condición femenina. -¿Qué labor actoral buscaste que cumplieran las cantantes? -A María Lanese quise mostrarla como una tana bruta. Me interesaba sacarle eso porque ella es todo lo contrario, es más tranquila, más pausada y culta. Graciela Mozzoni había sido uno de los personajes de "Las bodas de Fígaro" y me permitía otro tipo de sensualidad y otro tipo de misión vocal. Yo quería hacer algo para dejar en Rosario y mostrar que podemos hacer de todo: desde una ópera con ochenta tipos en escena, como fue "Las bodas de Fígaro", y un cabaret, con canciones muy lindas. -¿El personaje de Néstor Mozzoni siempre fue pensado para que no hable? -Sí, ese es su secreto. No habla porque su papel es el del bello indiferente. Incluso parto del texto de Jean Cocteau "El bello indiferente", que escribió cuando la Piaf le contó cómo uno de sus amantes la volvía loca con el silencio. El tipo se sentaba callado y la ignoraba, y para la Piaf no podía haber nada peor. Del texto de Cocteau sólo queda la base. En el caso del personaje de Néstor lo que irrita es la indiferencia y si habla, es sólo para decir Olga, el nombre de la otra mujer. Si Néstor hablara rompería la tensión dramática.
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