José Luis Cavazza
Los títulos que ostenta son varios: sir Sean Connery; el militante del separatista Partido Nacional Escocés nombrado caballero de la Corona británica por la Reina Isabel II de Inglaterra y enemigo acérrimo del Partido Laborista a pesar de haber nacido en un barrio obrero; el espía de la Corona más famoso a partir de su personaje del agente secreto 007, aquel de la frase "Bond... James Bond" en "Dr. No", que conquistó el Libro de Guinnes de Cine. Frase que superó a las célebres "Con tantos bares en todas las ciudades del mundo, ella viene al mío" (Humphrey Bogart en "Casablanca") y "No son los hombres en la vida de uno lo que cuenta, es la vida de los hombres de uno" (Mae West en "No soy ningún ángel"). A Connery le bastó la tonta frase, el gesto de muchachito superado y machista, algo cansado de perseguir criminales, seducir mujeres y saborear martinis. A tantos años del espejo Bond, Sean Connery no se cansa de repetir en cada entrevista que dio en los últimos años, que no tiene el más mínimo interés en volver a interpretar al agente 007. Connery abandonó a Bond y ningún otro actor pudo lograr ese perfil tan exitoso como estandarizado del personaje. El hoy veterano Sean jamás pudo despojarse de aquel aura de hombre de acción, rudo y seductor a la vez. Desde "Highlander" pasando por "El nombre de la rosa", a pesar de su costado místico, hasta "Sol naciente" y "La roca". Cuando en "Los intocables" abandonó este costado repetido, la Academia lo premió con un Oscar al mejor actor de reparto, diez años antes de que lo premie la Reina. Después intentó repetir este perfil de despistado en "Indiana Jones", pero no obtuvo premio alguno. En alguna de sus últimas entrevistas dijo que su papel favorito fue el que realizó en el filme de Steven Spielberg junto a Harrison Ford. La afirmación puede insertarse en un terreno difuso del proyecto "Indiana Jones 4". Connery es un hombre de acción; siempre habló más con la mirada que con la voz. Es más, lo aburre y lo turba ponerse a hablar de su vida. Y, por cierto, siempre guardó cierta fobia hacia la prensa. Alguna vez supo quejarse con el gesto de hastío de Bond: "Por qué tiene uno que abrir su casa a los periodistas? Se meten dentro, juzgan cómo vives y dejas de vivir". Sean Connery cuenta con un pasado común a tantos actores, futbolistas y dirigentes políticos: nació en un barrio obrero, en el seno de una familia muy pobre. El padre conducía un camión; de chico Sean recogía bidones de leche a la vera de un camino que unía granjas. Trabajó de peón, vigilante nocturno, futbolista profesional, albañil y... por fin, al participar en el concurso Mister Universo lo fichó un cazatalentos. Varios lustros después, el divo puso un pie en Marbella y creyó haber encontrado el paraíso de la felicidad. Sean jugaba al golf y entre hoyo y hoyo filmaba una película. Hoy sigue afinando la puntería a la hora de meter la pelota en el agujero, y de las películas ya no espera las grandes emociones del espionaje internacional. Claro, ya no existe la guerra fría, y los James Bond versión moderna son un reflejo estéril de lo que ya no existe. Ahora, Connery asegura que le gusta filmar películas sobre "las relaciones humanas".
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