Miguel Pisano
"El periodismo es la forma más divertida de ser pobre", como bien define una colega porteña. Y esa afirmación parece tan cierta como que a cada paso que uno da por este gran país llamado América latina aprende un poco más de la solidaridad, el sacrificio y hasta el amor de su gente. Para ello no hace falta más que recorrer cada rincón del continente, hablar con sus habitantes y simplemente interesarse por sus historias de vida que, como en la canción, son casi lo mismo, sólo cambia el paisaje. A modo de ejemplo basta la anécdota del partido de ida entre Cobreloa y Central en la pintoresca cancha del desierto de Calama, en la que los enviados de Ovacion pasaron saludablemente desapercibidos hasta el final del encuentro, cuando una primera piedra saludó efusivamente la salida del reportero gráfico del campo de juego, aunque felizmente no dio en el blanco. Una vez en la calle el error fue recorrer una cuadra entre los hinchas locales, quienes reaccionaron muy mal al reconocer al reportero gráfico por su bolso con el equipo, y sacaron a relucir el peor chauvinismo con el color local del fútbol como disparador: "Argentinos maricones, perdieron las Malvinas por cagones", gritó un muchacho que no debe haber visto la guerra ni por televisión o por Internet, antes de que comenzaran a llover algunas escupidas y piedrazos que, milagrosamente, no hicieron blanco. Gracias a Dios, el incidente, tan propio del folclore futbolero, apenas terminó en la anécdota de los insultos y no alcanza a cambiar el concepto que uno tiene de Chile y de su gente, como Argentina y América latina: un bellísimo país.
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