La convertibilidad no es lo que era. O no lo será una vez que, aprobados los cambios que hoy se discuten en el gobierno, el euro alcance una paridad exacta con el dólar y se incorpore a la canasta de monedas que respaldará el peso. Cosa que puede pasar en días, meses, años o nunca. Por lo pronto, el efecto más visible de la jugada de Cavallo es la discusión sobre el efecto que tendrá la jugada de Cavallo.
En eso están por estos días los analistas de las principales empresas agroalimentarias, un sector netamente exportador que desde las devaluaciones de Asia, Brasil y la misma Europa viene quejándose más o menos abiertamente de los inconvenientes que les ocasiona el tipo de cambio fijo con un dólar revaluado en el mundo.
Desde este punto de vista, y aún advirtiendo que el problema de las exportaciones es más complejo que el tipo de cambio, derribar el tabú del régimen monetario abre un nuevo horizonte de discusión.
¿Es la nueva convertibilidad la llave para mejorar la relación cambiaria? La respuesta no es tan clara y exige un ejercicio de futurología. Para los que se aventuran a especular, el abanico de conclusiones permite todas las posibilidades.
La canasta
El proyecto enviado por Cavallo al Congreso es tan simple como misterioso. Se trata de incorporar al euro a la convertibilidad en el momento en que la moneda europea valga lo mismo que el dólar. A partir de esa instancia, el valor del peso se determinará por el promedio simple de las dos divisas.
Si la canasta estuviera en vigencia hoy, con un euro costando alrededor de 0,90 dólares, el valor del peso respecto a esa canasta sería de 0,95.
Pero para que se active el nuevo sistema primero deben equipararse las divisas. La mayoría de los economistas descartan que esta convergencia demandaría, de concretarse, uno o dos años.
Imaginando que el día D se produce, las alternativas son muchas. Una posibilidad cierta es que si el euro recupera valor frente al dólar, la tendencia a la revaluación siga por un tiempo. En una hipótesis en que el euro cotizara a 1,10 dólares, el valor del peso respecto de la canasta sería de 1,05, una apreciación del 5%.
Si bien una moneda europea aumentaría el poder de compra en el viejo continente (destino el 25% de las ventas agroalimentarias), el dólar sería más barato respecto al euro que el peso. De esta forma, las exportaciones de EEUU o de cualquier país cuya moneda valga igual o menos que la divisa norteamericana, serían más competitivas que las argentinas.
Distinto es el caso de que el euro se equipare al dólar y al peso, y retroceda al tipo de cambio actual. La moneda nacional valdría 0,95 respecto de la canasta de monedas, una depreciación del 5%.
"Todo puede pasar pero las monedas se mueven por tendencia de largo plazo, por lo cual este movimiento de zig zag es el menos probable", señaló un economista local. De hecho, el euro nació con un valor de 1,16 dólares, bajó, tocó un piso y volvió a subir, pero nunca hasta alcanzar el uno a uno.
Estas hipótesis, por ahora, son ejercicios. El cambio de régimen monetario no tiene ningún efecto práctico mientras las tres monedas de referencia no se equiparen. Para que esto suceda deben conjugarse muchos factores. El más importante, la evolución de las economías norteamericana y europea. La pregunta es si es inevitable la recesión en EEUU o si la política de baja de tasas de interés aplicada por la Reserva Federal logra revertir las expectativas.
Desde el otro lado, habrá que ver hasta dónde llega el crecimiento de Europa y cómo actuará la autoridad monetaria del viejo continente si esta fortaleza se traduce en inflación. "Es probable que, con el miedo de los europeos a la inflación, suban la tasa de interés para frenarla y eso tienda a desvalorizar su moneda".
Las tasas
Desde este punto de vista, crecen las hipótesis conspirativas y la incógnita ya no pasa por los efectos de la nueva convertibilidad sino por saber qué trae Cavallo debajo del poncho. Los economistas más suspicaces sospechan que la decisión del ministro de poner en discusión la convertibilidad se direcciona menos a modificar la relación entre el peso y otras divisas, que a flexibilizar las estrictas regulaciones del sistema financiero para forzar una baja de la tasa de interés.
Recuerdan en ese sentido la batalla para aligerar a los bancos de la integración de encajes bancarios y la más reciente posibilidad de que el Banco Central financie al Estado, a través de la compra de bonos, con reservas monetarias. La solidez del sistema financiero y la seguridad de que habrá dólares para hacer frente a una corrida son parte indisoluble del esquema de cambio fijo.
Los economistas que suscriben esta hipótesis se detienen en uno de los párrafos de los considerandos que acompañan al proyecto de ley que envió el gobierno al Parlamento. Es la parte que dice que la aprobación de la nueva canasta de monedas, aún cuando empiece a operar recién en el futuro, "permitirá comenzar a gozar (ahora) de de las ventajas de la menor tasa de interés que se registra en euros respecto de la que rige en dólares".
Con una deuda cercana a los 8 mil millones de pesos, ningún sector más que el agropecuario sabe que el costo del dinero en Argentina inhibe la actividad productiva. En ese sentido, la obsesión de Cavallo por este tema, es también la suya.
Miguel Schiaritti, presidente de la Cámara de la Industria de Carne y Chacinados de la República Argentina (Ciccra), describe la situación de los exportadores de carne. Europa, salvando el cierre temporario de mercados por la aftosa, es el principal destino de los cortes de mayor valor. El directivo se mostró entusiasmado con la posibilidad de una relación monetaria que oficie de colchón frente a la oscilaciones entre las distintas divisas mundiales, pero más lo entusiasmó la posibilidad de que bajen las tasas. "En un país con inflación cero, que a una empresa le cobren hasta el 17% anual por un crédito para seguir trabajando es usura".
La principal referencia para el costo del dinero en Argentina es actualmente la tasa de los bonos norteamericanos, a la que se le suma el llamado riesgo país. Los intereses en EEUU son más altos que los de Europa pero en el último año y medio, Alan Greenspan de por medio, la diferencia se achicó desde 150 a unos 40 puntos.
Hoy, la posibilidad de anclar los tipos de interés a la zona euro permitiría un financiamiento más barato (siempre y cuando no se diluya este diferencial por un aumento del riesgo país debido a la flexibilización de la convertibilidad), aunque es difícil asegurar que esta relación se mantenga en el futuro.