Ricardo Luque
La televisión es un fabuloso motor de negocios, y no sólo de negocios vinculados con la publicidad o la industria cultural, aunque son éstos los que más le gustan y los que le dejan mejores réditos. De hecho, el globo de ensayo que lanzó la compañía discográfica BMG al editar el álbum "El sodero de mi vida" pretende estrechar los lazos que existen entre los negocios de la música y de la televisión. La relación es intensa. Y no es para menos, la televisión es el medio con mayor influencia en la vida de la gente. Desde que las discográficas advirtieron la popularidad que les daba a sus productos aparecer en la pantalla chica se esforzaron por que estén en la televisión. Para lograrlo no transitaron el camino de la publicidad sino que pergeñaron otras estrategias para ubicar a sus artistas ahí donde se debe estar si se quiere sacar una buena tajada del negocio. Así fue como ciclos como "Sábados circulares", el pionero de los programas ómnibus de la televisión argentina, se convirtieron en un trampolín para que músicos, cantantes y compositores, convenientemente apoyados por sus discográficas, saltaran a la fama. La inclusión de musicales en los envíos de TV es un clásico que trasciende fronteras: si hasta el desembarco de los Beatles en Estados Unidos se asimila con su actuación en el ya mítico "Ed Sullivan Show". Hoy al negocio se le dio una vuelta de tuerca más. Ahora la televisión genera, y por supuesto difunde, los contenidos que luego venderán las discográficas. Gustavo Yankelevich, un eterno adelantado, se inspiró en el modelo mexicano de Thalía para transformar a Natalia Oreiro en una cantante, pero fue Adrián Suar, quien, después de convencer a verdaderos músicos a componer temas originales para sus tiras, dejó servido en bandeja el negocio para que BMG pusiera la maquinaria en marcha. Ahora sólo falta ver los resultados. "El sodero de mi vida", la tira, es un éxito, ¿qué pasará con su homónimo, el disco?
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