Gustavo Conti
El Gran Premio de Brasil 2001 puede reservar un lugar en la historia de la Fórmula 1 de los últimos años. La espectacularidad de los accidentes, de los sorpassos y de la presencia siempre excitante de la lluvia en medio de la carrera fueron sólo algunos de los condimentos que ofreció la tercera cita de la temporada. Cuando todos los equipos embarcaron en la misma noche del domingo todo su bagaje técnico y humano rumbo a Europa, la máxima categoría también llevó en sus containers la sensación clara de que cuando inicie su periplo por el Viejo Continente ofrecerá un panorama distinto al que venía mostrando, con el dominio de Schumacher, Ferrari y McLaren. El saldo más importante que la F-1 se llevó entonces de su paso gratificante por Interlagos fue sin dudas la competitividad que exhibió el equipo Williams, que de esta manera empezó a recuperar el protagonismo perdido desde que su jefe de aerodinamia, Adrián Newey, emigrara en el 98 hacia McLaren. A las excelentes prestaciones que ofrecieron ambos Williams, con motores BMW sumamente veloces y confiables, se le agregó la agresividad de ambos pilotos, en especial Juan Pablo Montoya. Las 35 vueltas que punteó el colombiano no sólo fueron un dato que alimentó la estadística de ser el primer piloto de ese país que domina un Gran Premio, sino que pareció decirle a toda la Fórmula 1 que nace un nuevo ídolo, que es de esa clase de pilotos capaces de despertar la pasión de los tuercas de corazón. Y para entrar a ese círculo de privilegio, Montoya debió rendir la prueba más difícil: doblegar a Michael Schumahcer, al mejor piloto de los últimos seis o siete años con un trago de su propia medicina, metiéndole el auto en un lugar imposible y obligándolo a salirse de su línea de giro. Es cierto que Montoya cometió dos errores el fin de semana, en clasificación y en carrera, al tomar demasiados riesgos para superar a un rezagado. Pero eso no eclipsó la sensación de que la Fórmula 1 está ante la presencia de un piloto distinto, carismático y arrojado, capaz de levantar de sus asientos a los fanáticos. Una prueba de ello es que la torcida brasileña aplaudió a rabiar la maniobra de sobrepaso a Schumy, lo mismo que los casi 300 periodistas que miraban la carrera desde el centro de prensa. Pero lo de Montoya no fue lo único positivo del Gran Premio. La mentalidad ganadora de Coulthard, ahora más cerebral y agresivo, le brinda una nueva perspectiva a la categoría, como también el grato nivel que muestran por primera vez los Sauber desde que están en la F-1. Asimismo, la motivación de Olivier Panis es otra de las garantías del espectáculo. Después de quedar colgado un año luego de que Prost le cerrara las puertas, volvió con todo y hasta el momento siempre se mostró más competitivo que su compañero Jacques Villeneuve. Y no hay que olvidar a Ralf Schumacher, quien también parece en condiciones de luchar por primera vez por una victoria, mientras que los Jordan también están ahí. Y hasta en el fondo del pelotón es gratificante observar las bondades de un piloto que se las trae: Fernando Alonso. Schumacher y Ferrari ya pueden ir diciendo: "No estamos solos" en el camino a un nuevo título de campeón. Después de pasar por tres continentes, la Fórmula Uno recalará por varios meses en Europa, donde los equipos pueden probar directamente en sus fábricas y a la vez preparar el control de tracción que se implementará a partir de la quinta carrera del año, en el Gran Premio de España, lo cual evitará trampas electrónicas. Pero antes la cita será en dos semanas en San Marino. Y si lo de Brasil no fue una vana ilusión, podrá ser la segunda parte de una historia que promete capítulos apasionantes.
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