En el piso trece de Leandro Alem 650, Ministerio de Trabajo, Patricia Bullrich termina con el último aliento una jornada de más de doce horas. "Trabajo tiene muchas tareas, hay que conducir muchas áreas a la vez. Aquí tenés que gestionar todo el tiempo, no te podés parar", explica.
Es la ministra joven (43 años) del gabinete nacional y una de las sobrevivientes de los cambios que introdujo el presidente Fernando de la Rúa en el elenco ministerial en los últimos días. Acuñó una trayectoria política variada que arrancó en la JP de los primeros años de la década del setenta, pertenencia que la empujó al exilio durante la dictadura. Salvó su vida y retornó para representar a otra JP, distinta, en el Movimiento de Juventudes Políticas, que tuvo su cuarto de hora a mediados de los ochenta.
Luego, desde el menemismo, fue diputada nacional (93 a 97) y convencional constituyente (94). Después tomó distancia del justicialismo, marcó presencia en la Capital Federal junto a Gustavo Beliz en Nueva Dirigencia, hasta formar una agrupación propia, ya sin Beliz y terminar integrándose a la Alianza, poco tiempo antes del triunfo electoral del 99.
"Cuando discutí con Moyano por televisión, fui pura espontaneidad y creo que se notó. La política te obliga a hacer un ejercicio para no decir una palabra inconveniente, en cualquier momento podés armar un lío bárbaro", reconoce.
Bullrich sueña con ayudar a modelar otro sindicalismo: "El país necesita sindicalistas que sean una síntesis entre los problemas de todos los días de los trabajadores y que a su vez participen en los consejos permanentes para discutir todos los temas y a largo plazo. No sólo a los sindicalistas hay que pedirles cosas, también la política tiene que dar un salto para alcanzar otro modelo de institucionalidad".
Luego de admitir que "para eso falta bastante", se quejó porque "muchas veces se opera políticamente no por convicción, sino en un sentido táctico, para no darle el juego al otro". Bullrich reclama un sinceramiento tan necesario como lejano en la práctica política criolla.
Las migas del poder
En cuanto a la coalición de gobierno, reconoce que debe cambiar: "La Alianza necesita un fuerte impulso para volver a posicionarse. Necesita fundirse en una sola masa. Cuando la masa de harina y agua está mal hecha quedan pedazos dispersos y no sirve. La Alianza necesita construir una gran homogeneidad, la sociedad se lo reclama".
No para allí. "Es necesario -dice- que haya una voz que marque el ritmo, aunque cada uno piense con su propio matiz, tiene que haber alineamiento. No puede sostenerse una gran discusión porque eso paraliza las acciones, no es bueno", implora, quizá negando lo que resulta inevitable.
Entusiasmada con el nuevo ámbito creado para la discusión, donde se sentaron Rodolfo Daer y compañía, la ministra definió el espacio así: "Para tener diálogo verdadero y constructivo se necesita que todos salgan del lugar donde están y entiendan un poco al otro. Significa no enamorarse de sus propias ideas".
Confiesa que no sólo se lleva a su casa la angustia diaria del reclamo de los desocupados. "También me llevo satisfacciones, algunos días. Sobre todo cuando ayudamos a solucionar conflictos, a evitar que las empresas cierren y que despidan trabajadores. Generamos cursos de capacitación para que la gente pueda encontrar un nuevo trabajo y muchas cosas más. Pero por supuesto, los medios de comunicación son selectivos de las cosas que ocurren y transforman en noticia una manifestación de desocupados, pero el salvataje de una empresa y sus puestos de trabajo no. Son las reglas del juego", trata de aceptar sin terminar de resignarse.
Cuando los sindicalistas la llaman "Piba", ella cree que le dicen dos cosas simultáneas. "Por un lado es una calificación amigable, que refiere a mi ímpetu por trabajar, por ser una persona joven, pero por el otro están diciendo «no va a poder hacerlo» también por el pecado de juventud y por ser mujer".
Coquetería femenina
Como no podía ser de otra manera, la mujer emerge sobre la funcionaria y la militante política: "Me gusta que me digan La Piba (risas), y me gustaría que me lo sigan diciendo dentro de veinte años", desafía aunque sabe que es algo imposible.
Cree que quienes la descalifican lo hacen por prejuicios. Así lo explicó a La Capital: "Cuando me tratan de soberbia es porque quieren homologar mujer con debilidad y entonces cuando planteas las cosas de modo tajante parece soberbio. Allí subyace la idea que la mujer siempre tiene que ir al pie, tiene que ir atrás, entonces cuando te ponés firme en algo se produce la reacción".
"Para no cambiar como persona y quela ministra me trasforme en otra cosa, lo primero es estar siempre atento a eso, pensarlo todo el tiempo. Seguir con tu vida, con tus cosas. Al que un puesto de gobierno le cambia la vida, lo sabe. Al que lo cambia el poder es porque así lo quiso".
Patricia Bullrich tiene optimismo. "Tengo esperanzas porque miro Europa, veo la Unión Europea, y digo: «¡Pensar que hace sólo cincuenta y pico de años se mataban en una guerra!»".
"A los argentinos nos cuesta todo mucho y nos preguntamos por qué. Nuestro país está lleno de virtudes pero hay algunos temas, que en otros países son simples, como cumplir la ley que fallamos. Desde las cosas más pequeñas como estacionar mal el auto, a no pagar impuestos, a lo atroz de una dictadura militar. El país necesita avanzar mucho en su modelo de institucionalidad, de convivencia, dar contenidos a la democracia", concluye.
Son las nueve de la noche y el último de sus asistentes que ronda el despacho le advierte que llegan tarde a una nota pactada para un programa de televisión. Sin quejarse, saluda y se va.