Año CXXXIV
 Nº 49.053
Rosario,
domingo  11 de
marzo de 2001
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Para romper una muralla de silencio

La dictadura iniciada en marzo de 1976 levantó una muralla de silencio sobre por qué, cómo y para qué unos argentinos asaltaron el poder y, para consolidarlo y mantenerlo, debieron matar con una crueldad desconocida, excepcional por sus métodos y su magnitud, a otros argentinos. A ese silencio, le correspondió la ocultación sistemática de la personalidad y de las motivaciones de su principal jefe, Jorge Rafael Videla. Si bien muchos años más tarde, cuando se juzgaron sus actos, los argentinos conocieron su obra, hubo un silencio ferroso, sin hendiduras, que dejó en un cono de sombra su historia privada y la parte más secreta de su historia pública, como si con un mutismo tenaz se buscara, finalmente, ir por el último botín de aquella guerra sucia que primero cobró la vida de miles de personas y más tarde pretendió cobrarse la cabeza del conjunto de la sociedad, es decir, su posibilidad de tener una conciencia plena de lo ocurrido.
La ignorancia tejida sobre quién fue y aún -en los albores del siglo XXI- es Videla tanto para los argentinos como para el mundo significaba para nosotros una prolongación inequívoca de aquella dominación dictatorial. Nominar el silencio implicaba, a contrapelo, develar muchos de los enigmas que atraviesan hasta el presente a la Argentina. En noviembre de 1996, se inició, por ese motivo, el camino de este libro. Después de largas conversaciones en las que determinamos su estructura, que debía incluir todo el conocimiento existente hasta el momento sobre Videla, elegimos a quien sería nuestro más cercano y decidido colaborador en la investigación que, sabíamos, llevaría varios años por la dificultad en la obtención de testimonios que rompieran el pacto de silencio que rodeaba a Videla y que rodeó, también, a los Principales jefes de la dictadura. La elección recayó en un joven periodista, Guido Braslavsky Núñez, quien se transformó desde entonces en nuestro principal investigador de campo. Al mismo tiempo, encomendamos el trabajo inicial de archivo a la periodista Annabella Quiroga, mientras nosotros avanzábamos en la lectura de toda la documentación y bibliografía existente sobre el régimen videlista y sus antecedentes y en las entrevistas con fuentes de alta sensibilidad.
Las dificultades para la tarea que nos propusimos estaban a la vista. El régimen videlista había hecho desaparecer junto a miles de argentinos también las pruebas documentales para eludir la responsabilidad de sus delitos. La copiosa y dispersa documentación judicial existente, aportada sobre todo por las víctimas de la dictadura (algunos de cuyos testimonios, que formaron sólo una parte de la acusación a Videla, se reproducen en esta obra), así como la docena de libros escritos hasta la fecha del comienzo de nuestra investigación, contribuyeron a dar un conocimiento detallado del aspecto más dramático y esencial del régimen videlista: la represión ilegal y sus consecuencias tanto en el terreno humano, como político, social y económico (...).
A fines de mayo del 98, y luego de casi dos años de investigación, comenzó a destrabarse la dificultad para entrevistar a Videla. En una conversación telefónica con su hija Cristina Videla de Adaro, radicada en San Luis, Braslavsky le pidió que intercediera ante su padre. Ante la certeza de que este libro era inevitable, Videla aceptó dar su versión sobre su vida y su régimen. Poco después, Videla aceptó ser entrevistado, cosa que no pudo realizarse inmediatamente porque fue detenido por el juez Roberto Marquevich, acusado por el robo de hijos de desaparecidos. Finalmente, la primera entrevista con Videla se realizó el 11 de agosto de 1998 a las 17.30 en punto. Recibió como preso domiciliario y en pijamas a Braslavsky. La segunda entrevista ocurrió el 25 de agosto de 1998 y la tercera entrevista, el 22 de marzo de 1999. En total, Videla aceptó hablar durante diez horas aunque su comportamiento fue ambiguo: deseaba hablar y deseaba callar. Tuvo una prevención inicial: no quiero que después aparezca Videla dos puntos, comillas... En este libro hemos decidido respetar su pedido. Sus palabras textuales estarán, para el lector, en cursivas y sin comillas. Videla aceptó las entrevistas porque el silencio que se impuso es también insoportable para su profundo y escondido deseo de seguir modelando la Historia. Pero entre todas las más caras que presentó a lo largo de esta investigación -que duró cuatro años- nos queda la convicción de que hay humanos grises que trascienden sólo si desaparecen otros humanos. El Videla que contaremos eligió romper su grisura esencial con un acto excepcional: trascender por una matanza. El Videla que aquí les contaremos es una certeza y al mismo tiempo un enigma: las sociedades hablan de sí mismas tanto por sus héroes como por sus villanos. Tanto por lo que se atreven a decir como por lo que niegan. No hubo demonios sino sujetos que eligieron, siempre, el camino que recorrerían y cómo lo recorrerían. Pero sí hubo un infierno del que sólo se podrá salir arrebatándole al fuego su poder destructor: hurgando en los papeles que quedaron de esas piras de la dictadura y en la memoria de los protagonistas. Tanto en su deseo de recordar como en sus deseos de olvidar.
En este punto es bueno prevenirlos: este libro es, tal vez, el más descarnado intento de explicar la historia política y la herencia mortal que nos legó el pasado dictatorial por los ciudadanos perdidos, por el país industrial, equitativo, soñado y también perdido. Un intento de revelar los secretos políticos y económicos del régimen videlista para entender mejor cómo se modeló el presente. En este sentido, nuestro libro es, tal vez, apenas una página del gran relato pendiente sobre un país que amamos y que aún llamamos la Argentina.
(del prólogo a "El Dictador")



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