Dice que no se puede hablar de universidad pública en general, sino de universidades. Que las de Buenos Aires, Rosario, Córdoba y La Plata tienen una calidad académica y de investigación superior a las demás, pero que todavía hay que ajustar las cosas. Gregorio Klimovsky tiene 78 años y es profesor emérito de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). No está a favor del ingreso irrestricto. "Esa medida ya le ha hecho bastante mal a la universidad", sostiene, y en plan de discutir cuestiones polémicas también dice que no acuerda con el arancelamiento. Da clases de filosofía y epistemología desde el 53. A veces, ante 350 alumnos. Y cuando se le propone la hipotética posibilidad de sentarse por unos minutos en el sillón del ministro de Educación de la Nación para anunciar sus primeras medidas en relación a la educación superior, dice: "Mejoraría el presupuesto, la formación pedagógica, la calidad de los programas y corregiría cuestiones burocráticas que traban la tarea administrativa". -¿Cómo evalúa la calidad académica de la universidad pública argentina? -Para analizar esto debemos hacer algunas distinciones. La universidad de Catamarca no es igual que la de Buenos Aires, Rosario, Córdoba o La Plata. No digo que la catamarqueña sea mala, sino que las universidades de este último grupo tienen características singulares. Entre las del interior hay algunas de bastante calidad y otras que no lo tienen. Sus programas no son adecuados, es más, sobre todo en disciplinas humanísticas tienen materias bastante absurdas. Pero cuando vienen científicos del extranjero se asombran bastante de la información al día y de punta que tienen muchos de nuestros profesores y se extrañan del nivel que han alcanzado cuando no se les paga gran cosa y deben financiarse con sus propios recursos su bibliografía. Entonces, creo que nosotros, que estamos acostumbrados por deporte y placer a hablar mal de nosotros mismos, tenemos que tener en cuenta que hay entre nuestros docentes e investigadores mucha gente con entusiasmo, mucho pathos por así decirlo. Y eso hay que valorarlo. -¿Por qué es importante para una sociedad tener una buena universidad pública? -Es tan importante como que desde las instituciones públicas se fomente la cultura. Es cierto que hay gente que cree que se debería cerrar la universidad porque se dedica a cosas abstractas, pero con ese criterio también habría que cerrar el teatro Colón. El aparato educativo cuando es de calidad produce buena ciencia pura y aplicada, de la que a su vez sale algo importante como el desarrollo tecnológico, y éste influye fuertemente en el desarrollo económico. Las innovaciones técnicas hacen más competitivos nuestros productos y del desarrollo económico depende el nivel de vida y social de una comunidad. -¿Cree que en Argentina se forman graduados con un perfil acorde a un proyecto productivo de país? -Nunca se pueden hacer predicciones exactas acerca de lo que va a pasar en un país. Se han propuesto muchos modelos y nadie pudo prever cuál sería el rumbo a tomar. Entonces, lo que la universidad tiene que dar, en cuanto a ciencias duras y aplicadas, es un espectro amplio de conocimientos y flexibilidad como para que el graduado y el investigador se adapten a situaciones no previstas. -¿Qué opina del hecho de que se gradúen cientos de profesionales en algunas ramas de las ciencias y no haya un mercado laboral para ellos? -Es cierto que no hay ninguna razón para que en Buenos Aires, que es una ciudad neurótica, haya cerca de 5 mil psicólogos. No hay mercado para ellos, pero hay que tener en cuanta que la universidad no forma exclusivamente egresados para adaptarse al mercado, eso sería un desastre precisamente porque como le decía, no se puede pronosticar hacia dónde va el país. ¿Quién puede descartar que con todos estos cambios de ministros y de gobiernos que tenemos, el día de mañana aumente la cantidad de neuróticos y necesitemos no sólo 5 mil sino 250 mil psicólogos? -En los primeros años de algunas carreras hay aulas saturadas de estudiantes que en poco tiempo abandona la universidad. ¿Cree que esta situación debería revertirse? -Sí. En primer lugar los estudiantes deberían contar con servicios de orientación vocacional. La intensidad que demanda la universidad frente a las deficiencias de la educación secundaria hace que en segundo o tercer año de algunas carreras se produzca una deserción de entre el 40 y 50 por ciento, y esto es serio. Cuando yo estudié, los cursos de ingreso a la Facultad de Ciencias Exactas eran de seis meses muy intensos, sobre dos o tres materias, y ese tipo de propuesta servía para conocer qué deparaba en el futuro la vida universitaria. -¿Está a favor de restringir el ingreso a la universidad? -Sí, el ingreso irrestricto ya le ha hecho mucho mal a la universidad pública. Gran parte del estudiantado ve la restricción como una medida reaccionaria, pero eso no es así. En todas las universidades del mundo hay examen. Aún en países donde había una política popular como en la ex Unión Soviética, había que dar un examen de ingreso, y bastante riguroso, por cierto. -¿También está de acuerdo con el arancelamiento? -No, no estaría de acuerdo con una iniciativa de este tipo. Hay un argumento a favor que sustenta que los sectores más adinerados podrían pagar más para devolverle al Estado lo que el Estado les brinda. También lo veo un argumento equivocado. Las familias pudientes, las que pueden pagar una educación elevada, le deben dar dinero al Estado para que cumpla con sus servicios a través, por ejemplo, del impuesto a las ganancias. Entonces, hacer una discriminación entre los que tienen y no tienen dinero es difícil de controlar y es humillante. Es como si un chofer de colectivos le preguntara a los ciudadanos antes de subir: ¿usted es de clase media, alta o baja?, y de acuerdo a eso el público abonara su pasaje. -¿Los graduados deben devolverle al Estado la inversión que se ha hecho por ellos? -En las carreras humanísticas, un egresado en Filosofía es en general un pobre gato. Me permito la grosería para preguntar, ¿qué debe devolverle al Estado de acuerdo a su condición de egresado? Tenemos una inversión en educación del producto bruto nacional del 0,34 por ciento. Más bajo que Brasil y Chile, ni hablar del Primer Mundo, esto lo debe rever el Estado. -¿Puede competir la universidad pública con la privada? -A nivel de formación de investigadores creo que hay unas pocas privadas que pueden lograr una calificación de siete puntos; en cambio, en las cuatro públicas que nombré, ese nivel es superior. -Si usted fuera ministro de Educación de la Nación, ¿cuáles serían las primeras medidas que tomaría en relación a la educación superior? -Sin dudas apuntaría a mejorar el presupuesto, la formación pedagógica de nuestros docentes y la calidad de los programas. También llamaría a expertos para reorganizar la burocracia administrativa, no es posible que los alumnos pierdan hasta dos días para anotarse en algunas materias en épocas donde estas cuestiones se pueden informatizar. Pero reconozco que nunca había pensado esta posibilidad, dado el horror que me da la idea de ocupar un puesto en la función pública. L.V.
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