Año CXXXIV
 Nº 49.039
Rosario,
domingo  25 de
febrero de 2001
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Una nueva biografía de Marguerite Duras pone al descubierto algunas de las zonas más oscuras de la vida de la escritora francesa
Los malentendidos de la fama
Laure Adler pudo acceder a documentación inédita y sin complacencias desmontó las ficciones que se crearon sobre la vida de la novelista de "El amante"

Fernando Toloza

Qué sucede cuando, tras décadas de búsqueda, el éxito llega en la vejez? ¿Cómo no pensar que se trata de un malentendido? Eso fue lo que sintió Marguerite Duras cuando a los 70 años su novela "El amante"” la convirtió en un personaje público indiscutido al borrar todas las disputas que sus obras anteriores habían generado.
Duras vivió con gusto la fama pero también con rencor. Ese rencor se manifestó en la idea de que no la habían comprendido y que, en realidad, la gente había comprado algo diferente a lo que ella ofrecía en esa novela, escrita en principio no como novela sino como simples comentarios a un álbum de fotos familiares de su época en la Indochina francesa.
Pero a la vez "El amante" es el libro que siempre quiso escribir y que, por su contenido autobiográfico real aunque con reparos, sólo pudo concretar cuando su madre estaba muerta y ella misma, Marguerite Duras, arruinada por el alcohol y en una relación de convivencia amorosa con Yann Steiner, un joven admirador homosexual, con el que hizo el amor y después celó al no ser más correspondida en el terreno sexual, aunque se siguieron entendiendo como dos hermanos que se desean y que vencieron un tabú. Un drama que Duras conocía demasiado bien y que había alimentado dos de sus relaciones de pareja más importantes y buena parte de su obra literaria.
A cinco años de su muerte, ocurrida el 3 de marzo de 1996, una nueva biografía de Marguerite Duras escrita por Laure Adler y traducida recientemente del francés al castellano, revisa sin complacencia la vida de la escritora y pone al descubierto datos que anteriores trabajos no habían hallado, o que habían ignorado por preferir un punto de vista más cercano a las líneas psicoanalíticas que veían, desde que Jacques Lacan escribió un trabajo sobre "El arrebato de Lol V. Stein", campo fértil para sus especulaciones, que en general desconocen los hechos y se remiten a las aventuras del inconsciente sin anclaje en la realidad vivida por el sujeto de la biografía.
El tema por el que Duras es atraída en su obra es difícil porque no hay palabras para mencionarlo. Nadie lo abordó de la manera en que Duras sentía que había que hacerlo. Su tema es el poder de destrucción del deseo. ¿Cómo no desear? El alcohol y los excesos son los caminos por los que hombres y mujeres buscan, en el mundo de Duras, una respuesta a la pregunta. La paradoja es que vivir el deseo agosta y no vivirlo conduce al desfallecimiento, a una locura solitaria y quizá más incomprensible.



La huella de la madre
Laure Adler hizo un trabajo exhaustivo en su biografía de Marguerite Duras. A veces pierde el rumbo cuando se mimetiza con el estilo de Duras y produce poetizaciones de los hechos cuando se necesita mayor claridad. Es el caso de las relaciones entre Marguerite y sus hermanos Pierre y Paul. El primero es el villano del drama. Preferido por la madre, es violento, ladrón y mentiroso. Se pasa los días en los fumaderos de opio y regresa a la casa para maltratar a su hermana y quitarle dinero a la madre. La descripción de las actividades de Pierre en este punto son precisas pero Adler no es clara cuando tiene que explicitar el vínculo sexual entre Pierre y Marguerite. Allí metaforiza demasiado y se echa de menos un discurso más lineal, donde al menos se dé la hipótesis y no la sugerencia disfrazada de juego de palabras. Lo mismo sucede cuando se cita a Marguerite hablando de Paul, el "hermano bueno", y cómo supuestamente lo inició, sin cópula, en los secretos del sexo a través de una felatio.
En esos momentos a Laure Adler le tiembla el pulso firme que mantiene a lo largo del trabajo, pero no deja de aportar otros datos que hacen reflexionar sobre la posibilidad de esas prácticas, como, por ejemplo, la turbación que sintió Duras cuando leyó, a las sesenta y pico de años, "El hombre sin atributos", de Robert Musil, donde el tema de fondo del libro es el incesto. El incesto no sólo es importante por el lado de los hermanos sino también por la forma en que Duras ve, y deja escrito en sus notas personales y diarios, la relación de amor entre Pierre y la madre. Para la escritora se comportan como amantes y mantienen una pasión de la que ella es excluida. De hecho se sentirá toda su vida rechazada por su madre. Es, aunque jamás se compare, como la chica de "La heredera", de Henry James, sólo que en vez de ser el padre quien desprecia a la hija es la madre.
Este drama se ve en la foto que se conserva de la pequeña Marguerite con su familia Saigón. La niña se aferra a la madre que la ignora y por detrás aparece sonriente y semioculto Pierre el villano, seguro de su dominio de la situación, mientras que Paul ofrece su rostro sin dobleces. Gran parte de la obra de Duras abreva en la fuente de este dolor y su obra más famosa, "El amante", expone una versión por momentos "rosa" de lo que Pierre y la madre hicieron vivir a Marguerite, y que ella aceptó con el afán de ser aceptada, de ser mirada por la madre.

El chino feo
"El amante" cuenta dos historias. Una es la iniciación sexual de una adolescente en una colonia francesa con un hombre mayor, de otra raza e inmensamente rico. La otra es la aventura de la escritura, cómo una mujer llega a estar dominada por el afán de crear con palabras un mundo propio. Las dos historias ya están planteadas en los libros anteriores de Duras, pero es la primera la que sedujo al público y convirtió al libro en un best seller que agotó en su primer día de venta 25 mil ejemplares en 24 horas. Según reconstruyó Adler, el libro difiere bastante de la realidad de los hechos. A pesar de que su madre ya había muerto, Duras cambió los tantos. Primero, el chino era un hombre desagradable, al que Marguerite sólo permitió al principio muy pocas cosas y, al parecer, sólo una vez hicieron el amor. Segundo, la chica fue empujada a la relación por la madre y por Pierre, ya que el chino proveía de dinero a Marguerite, dinero que servía para los vicios del hermano, quien pese a ello no dejaba de llamar puta a su hermana, y para que la señora Donnadieu (tal el verdadero apellido de la familia de Duras) pudiese comprar comida.
El contrato sexual era tan claro que el padre del chino le dio un diamante a la madre de Marguerite para terminar la relación. Vendida por su madre a un amante impresentable en el mundo blanco de la colonia, Duras recreará esa historia una y otra vez, pero nunca terminará de ajustar cuentas con su madre, quien ante sus primeros libros se quejará. No por ineptitud de esas obras sino por la negación absoluta de la madre por la hija. Cuando la señora Donnadieu leyó "Un dique contra el Pacífico", en el que se relatan sus quiméricas aventuras en las tierras de los arrozales, en vez de ver un homenaje amoroso leyó una infamia. Acusó a su hija de mentirosa y de obscena al revelar fragmentos de su vida.
Esa necesidad de reconocimiento, de obtener la mirada aprobadora, acompañará a Duras durante gran parte de su vida, aunque llevará junto ella su contrapartida: la prescindencia de los demás y un ego a prueba de balas, claro que oscilando como un péndulo entre ambas direcciones. Los hombres de su vida (Robert Antelme y Dyonis Mascolo) ocuparán el lugar de los autorizantes hasta que Duras se canse de esa posición y se asuma como su única guía, aunque ello la lleve a caer en la desesperación, el alcohol y la soledad, la fabulación y la tontería al creerse habilitada para opinar, como un oráculo, de cualquier cosa. Mientras tanto escribió su obra y le dio un cierre maestro: "El amante", que no es su última obra pero es hoy en día seguramente la primera que un lector tomará para iniciar la lectura de Duras, y es la que lo preparará para el mundo torturado y a la vez espléndido de todos los que desean y que está en todos los libros de Duras.



Marguerite Duras en Saigón con Max Bergier en 1933.
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