Año CXXXIV
 Nº 49.005
Rosario,
lunes  22 de
enero de 2001
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"Las megamonedas están en los megaespectáculos"
El músico cree que la masividad ha sobrevaluado muchas cosas feas

Rubén "Chivo" González no siempre hizo jazz. Músico de la Orquesta Sinfónica Provincial de Rosario desde 1974 a 1978, el hoy saxofonista debió compatibilizar, durante aquellos años, sus amores musicales con las obligaciones laborales.
"Entré a la Sinfónica en el 74, para tocar el clarinete bajo", evocó el instrumentista. "Rendí un concurso, me fue bien y me mantuve allí hasta el año 78, porque las presiones de mi trabajo, donde tenía una responsabilidad muy grande al frente de un centro de cómputos, me tenían mal", confesó el artista, hoy distendido y analizando sus comienzos desde la perspectiva de la madurez.
"De todos modos, un par de veces por semana me reunía con los muchachos a tocar jazz", recordó.
A pesar de las múltiples obligaciones el músico tuvo tiempo para hacer experiencias artísticas fuera de su ciudad natal. La década del 60 fue una época de florecimiento de los bailes populares que, en pistas diseminadas por toda la geografía argentina, convocaban a la juventud en reuniones sabatinas que eran el territorio específico de las conquistas amorosas y las oportunidades para mostrar habilidades en las pistas de baile que nadie quería desperdiciar. Esa circunstancia le permitió la incursión por otros escenarios argentinos, justamente tocando música tropical.
"Cuando recién salí del servicio militar tuve la oportunidad de tocar fuera de Rosario gracias a la oportunidad que me dio Dino Ramos", rememoró González su relación profesional con quien fue el coautor de los más recordados éxitos de Palito Ortega, el Rey de la música popular en década del 60 y actualmente representante tucumano en el Senado de la Nación.
Luego de señalar que aunque nunca le preocupó mucho incursionar en el terreno autoral tiene ganas de "escribir unos pequeños temitas", González expresó que se siente más cómodo improvisando y actuando en vivo "porque frente al público se produce una química muy especial. No grabé nada sólo porque no me gusta mucho. No es falsa modestia, pero no me gusta escucharme, porque siempre me quedo con la idea de que podía haber salido mejor", consideró.
También explicó respecto de la relación con el público: "Yo gozo mucho. En un libro sobre técnicas de improvisación que leí, dice que el arte de improvisar consiste en tirarle a la gente cosas conocidas durante un lapso e inmediatamente cosas nuevas, porque siempre lo conocido aburre y todo lo nuevo nos permite disfrutar".
Para el saxofonista, la relación del jazz con otros géneros en nuestro país empezó a funcionar "cuando los folcloristas comprendieron que podían utilizar armonías del jazz, los tangueros se dieron cuenta de que podían ablandar un poco ese ritmo tan cuadrado, como hicieron Piazzolla o Rovira, y los del jazz cuando se dieron cuenta que podían utilizar canciones de folclore o tango y remozarlas, lo cual es, un poco, el destino del jazz: ser lo hecho por Jelly Roll Morton, el estilo de Chicago, el bop, el dixieland, las bandas de swing, y ahora todo lo que se mezcla con la música brasileña y el tango".
Por último, el músico rosarino consideró que el jazz es negocio sólo para unos pocos. "El que no tiene problemas graves vive decentemente y nada más, pero nadie se hace rico, salvo 20 ó 30 treinta tipos en todo el mundo que están en la supercartelera, que cobran royalties por los discos. Las megamonedas están en los megaespectáculos, donde hay una parafernalia de luces y sonido y donde el porcentaje de música no es lo más importante ni lo mejor. La masividad ha sobrevaluado muchas cosas feas".


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