Año CXXXIV
 Nº 49.005
Rosario,
lunes  22 de
enero de 2001
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Reportaje
Rubén "Chivo" González: "A la música siempre la llevo metida en el alma"
El clarinetista y saxofonista rosarino declaró su pasión desde la infancia por la música de jazz

Las fotos no tienen sonido, pero los acordes que Rubén "Chivo" González extrae de su saxo mientras posa para el fotógrafo, seguramente deben molestar, por lo menos a la mitad de los vecinos, que desde los departamentos cercanos escuchan cómo el músico interpreta la Marcha Oficial de Rosario Central.
"Salvo 20 o 30 tipos en el mundo, que están en las supercarteleras y que cobran royalties por sus discos y sus obras, nadie se llena de plata con el jazz. A lo sumo, si no tienen ningún problema grave, unos poco pueden vivir decentemente", expresó entre otras ideas el músico rosarino en una extensa nota que concedió a Escenario y en la que recordó sus acercamientos a la música, su visión del complejo mundo jazzero, el profundo sentido autocrítico que le impide grabar, y los emprendimientos en los que está embarcado, entre los que destacó su programa de radio.
-¿A qué edad sentiste inclinación hacia la música?
-Desde muy chico y tuvo que ver con dos lugares fundamentales de mi vida; la plaza Buratovich, porque allí actuaba una banda de italianos que tocaban instrumentos de viento en las procesiones y que me volvía loco. Los viejos tocaban mal, porque no eran profesionales sino plomeros, zapateros o albañiles, pero mezclaban fervor religioso y pasión musical. Otra cosa fueron los bailes de las típicas y las jazz del Club Echesortu en los años 55, 56 o 57, que podía ir a ver los sábados con permiso de mi vieja, cuando yo tenía entre 10 y 14 años. La orquesta típica me provocaba una especie de tristeza, como que me bajoneaba, pero la jazz con la batería y los bronces me gustaba muchísimo.
-¿Y cuando empezaste a estudiar?
-Quise estudiar batería, pero no encontraba con quién, hasta que me impulsaron a aprender algo de solfeo. Mi maestro fue un grande, Grisiglione, que me enseñaba clarinete y después, en el 57 empecé a estudiar saxofón.
-Todos te tienen por saxofonista...
-Sí, pero empecé con el clarinete. El saxofón me lo pude comprar mucho más tarde, en el 68 o 69.
-¿Y así entraste en el jazz?
-Sí. Me entusiasmé con el clarinete, y gracias a los amigos empecé a escuchar primero mucho jazz tradicional y después accedí al jazz moderno. También, por mis padres escuché mucho las bandas del swing.
-En esos años el querer ser artista era algo muy resistido en las familias...
-Sí, pero en mi casa jamás. Por el contrario. Yo estudié ingeniería hasta tercer año mientras seguía aprendiendo música y tuve que entrar a laburar siete horas por día y cortar con algunas cosas. A la música la llevaba y la llevo metida en el alma, laburar tenía que laburar así que la ingeniería, bueno, fue. Lo hablé con mis viejo, que me dejaron hacer lo que yo quisiera, exactamente como pasa hoy con mis hijas; una se dedicó a las bellas artes, otra al violoncello y la otra hace cine con 17 años. Para morirte de hambre, al menos que sea en lo que te gusta.
-¿Por qué no otro género?
-Es algo que me pregunté muchas veces, y la única respuesta fue que nada me influyó tanto como el jazz, que es el producto de esa mezcla de culturas que se produjo en el sur de los Estados Unidos. Allí cayeron franceses, españoles y todas las etnias negras y esa a mezcla, más el uso de los instrumentos que quedaron de las bandas musicales militares que participaron de la Guerra de Secesión hicieron esta cosa maravillosa del jazz.
-Pero a vos ¿que te pasó?
-Lo que me pasa a mí con el jazz le pasa tanto a un italiano como a un birmano. ¿Tendrá que ver con la colonización que hicieron los estadounidenses? Probablemente sí. En dos de cada tres películas que uno veía en blanco y negro en el cine Echesortu, había una música de jazz que a mí me volaba la cabeza y eso creo que influyó en todo el mundo.
-¿Por qué el jazz, un género de honda raíz popular, hoy tiene visos de elitismo?
-Quizá se deba a que evolucionó como música de entretenimiento y baile hasta fines de los 40, con bandas como las de Tommy Dorsey, Benny Goodman o Glenn Miller, que llenaban los teatros con gente que sólo bailaba. Luego, la guerra se llevó a muchos de esos músicos y los que quedaron -Charlie Parker, Thelonious Monk y Dizzie Gillespie- empezaron a hacer una música más restringida complicándola un poco y dándole tremendo valor a expresiones más acabadas y que tienen que ver con el academicismo.
-¿Es cierto que ya ni los estadounidenses escuchan jazz?
-Hay pocos estadounidenses que escuchan jazz, pero en algunos bares de Manhattan, muchas veces hay colas de gente, mayoritariamente extranjera, esperando para entrar, porque esos lugares siguen siendo la meca de esa música.
-¿Existe alguna expresión jazzística pura?
-No creo. El jazz es un híbrido tan grande que se ha provisto incluso de la música clásica europea, de la caribeña, hasta de la de Piazzolla, cuando de alguna manera él también miró para afuera para ver cómo podía meter cambios rítmicos respecto del tango. Quizás el jazz puro haya sido sólo el inicial, el nacido en New Orleans.
-¿El tango es el jazz del sur?
-Tiene cosas en común. El tango, como el jazz, se consolidó en ciudades portuarias y nada más: Buenos Aires, Rosario y Montevideo. El germen del jazz nació en el Golfo de México; pasó a Chicago y luego a Nueva York, también portuarias.
-¿Por qué parece que incluso entre los mismos jazzeros hay prejuicios contra aquellos que, por ejemplo, cultivan variantes del jazz más bailables?
-Es posible que haya algo de eso. Los chicos nuevos que entran al jazz medio que se saltean esa etapa. Los atrae más la música de esa revolución que vino tras la guerra, aunque a un público no avisado le ponés un grupo de dixieland y a un artista moderno de jazz y va a mover las patitas con lo viejo. No obstante debemos convenir que se requiere menos esfuerzo intelectual para disfrutar.
-¿Quién fue el jazzero que te voló la cabeza?
-Creo que lo que más me impresionó siempre fue lo de Duke Ellington, que como Piazzolla triunfó aggiornando incluso sus propios arreglos; me parece que es la suma de prácticamente todo. Pero de todas maneras, el tipo que más me impactó fue el pianista Dave Brubeck. Una vez, mientras compraba un disco de Los Estudiantes Holandeses, que hacían muy bien dixieland, me ofrecen en la disquería uno recién llegado de Brubeck. Eso sí me voló la cabeza, era otra cosa y ese disco fue el que más escuché en mi vida, le reconocía cada nota, cada golpe de tambor y volviendo a las diferencias entre lo bailable y eso, que requiere un mayor esfuerzo intelectual más ni menos inteligente.
-¿Qué otra cosa escuchás?
-Lo caribeño, lo brasileño y lo clásico, pero no tengo tiempo. Cuando de vez en cuando me invitan a tocar música clásica o de cámara disfruto muchísimo. Me cuesta mucho laburo porque no tengo el training de tocar mucho eso y es muy distinto en el sentido de que el jazz tiene un muy fuerte componente de improvisación, opuesto a los requisitos de exactitud de lo clásico.
-¿Siempre podés improvisar en el jazz?
-En el jazz, si tocás un poquito antes o después no es grave, salvo en La Cañería, uno de los grupos en los que toco, que mezcla el jazz con la música de cámara, pero los otros -Jazzmanía o Mundo Bizarro-, tengo una libertad mucho mayor.
U.G.M.



González afirma que casi nadie "se llenan de plata con el jazz".
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