Con la sensación de que los ocho años de vacas gordas están llegando a su fin, los estadounidenses reclaman a George W. Bush decididas acciones para alejar el fantasma de la recesión. Un sondeo realizado por Reuters/Zogby arrojó un alto grado de confianza en el manejo de la economía del nuevo jefe de estado norteamericano pero también registró un generalizado temor a los efectos de la desaceleración en el país del norte. Cuando se les preguntó si creían que Estados Unidos está al borde de la recesión, el 51 por ciento de los encuestados dijo que ése es el caso, mientras que 39 por ciento dijo que la actual situación de prosperidad económica continuará, y 10 por ciento dijo no tener ninguna certeza. Las advertencias sobre el aterrizaje fuerte de la economía fueron uno de los ejes de campaña del nuevo presidente, e incluso le valieron reprimendas de los economistas que entendían que con su latiguillo no hacía más que mellar las expectativas de los consumidores. Bush alimentó su programa económico con una propuesta de amplia reducción impositiva, que a la luz de los últimos indicadores económicos, decidió acelerar. Ya los líderes demócratas del Congreso estadounidense adelantaron que están dispuestos a facilitar la discusión del recorte fiscal. El encargado de pilotear la difícil pulseada del nuevo presidente es Paul O'Neill, un importante empresario de la industria del aluminio que deberá lidiar con la desconfianza de Wall Street. Los inversores de la Gran Manzana no ven con buenos ojos la designación de un secretario del Tesoro que "no sea del palo". La mayoría de los antecesores de O'Neill fueron reclutados entre las tropas de las principales casas de inversiones de Wall Street y hacían gala de un profundo conocimiento del mercado. La mano derecha de Bush, en cambio, no sólo es una figura distante del caprichoso mundo de los bonos y las acciones sino que es un fiel representante de la vieja economía, en un mundo dominado por las nuevas tecnología. El viejo colaborador del ex presidente Gerald Ford sólo atinó a decir en su defensa que era un viejo amigo de Alan Greenspan, el todopoderoso de presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos. De todos modos, es en Greenspan en quien cae gran parte de la responsabilidad en la batalla contra el fantasma de la recesión, a través de la llave maestra de las tasas de interés. La apuesta de O'Neill tendrá más que ver con la instrumentación del programa de recortes fiscales. Bush planea ofrecer al Congreso una nueva versión de su propuesta de recorte impositivo por 1,3 billones de dólares. Ante las señales de debilidad de la economía estadounidense, incluso los legisladores demócratas han hablado sobre un apoyo a recortes fiscales. Por su parte, los líderes republicanos han pedido que los recortes sean retroactivos, con efectos desde el comienzo de 2001.
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