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Una postal viva de las glorias y vicios del rock
Young y Crazy Horse desplegaron toda su furia eléctrica e incontenible

Ni siquiera Jim Jarmush se hubiese imaginado esta escena para su documental sobre Neil Young y los Crazy Horse: las 11 y media de la noche, un viento caprichoso, una llovizna persistente, un elegante Campo de Polo en algún lugar de América del Sur, plateas desiertas, el césped y un tapizado blanco de goma cubiertos por latitas abolladas y papeles, un grupo pequeño de gente delante de un escenario grande, y arriba, Neil Young con su imperturbable sombrero y sus eternos jeans tocando por primera vez en la Argentina.
Hay detalles que la cámara de Jarmush tal vez se perdería. Por ejemplo una pareja renegando por haber comprado un paraguas berreta Made in Corea, o Pappo entrando a las apuradas al sector VIP con una modelo top o algo parecido, o el mismo Darío Lopérfido sentado solísimo en una fila de butacas tapizadas de pana roja que se estaban arruinando con la lluvia.
Oasis había hecho lo suyo, pero Young y compañía terminaron por arrasarlo. Durante casi dos horas confirmaron en vivo su leyenda, y volaron todo lo que el viento no se había llevado. A Young se lo podía ver de cerca, como una postal viviente de las glorias y las desgracias rockeras.
Todo lo que se dice sobre Neil Young y los Crazy Horses es cierto. El festival de guitarras eléctricas, la furia descontrolada, la potencia incontenible. Juntos se mueven como caballos desbocados y entretejen solos como si estuviesen bordando el tema. Si la mayoría de los fans de Oasis no hubieran huido, hubiesen podido escuchar la versión original de "Hey Hey My My", que, aunque brillante, resultó una repetición innecesaria.
Al principio, los pocos veteranos que fueron a buscar al Young de los 60 aplaudieron tímidos, pero al rato se largaron con un "Olé, olé, olé Neil Young". Y cuando el héroe parecía que iba a hacer la gran Dylan (ni una palabra al público) se despachó con un simpático "We Love You" y los brazos en alto.
Pero las canciones fueron el lazo más íntimo con la gente, desde la abrasadora "Fucking Up", del monumental "Ragged Glory", hasta la emocionante "Like A Hurricane", un clásico del 77, con un solo de guitarra que en vivo inmovilizó hasta al más inquieto.
Ahí también se pudo comprobar que si todos los grupos de guitarras americanos, desde la movida indie de los 80, pasando por el grunge y terminando en lo que hoy se ve en la MTV, le pagaran a Neil Young lo que le deben en influencias, no alcanzarían los bancos del mundo para depositar la plata.
Lo más paradójico de la noche fue que en el show de Oasis se respiró más nostalgia que en el de Neil Young. Con los Crazy Horse, el veterano del sombrero vaquero logra emocionar barriendo todo rastro de melancolía. Si algo quedaba del pasado en el ambiente, era solamente el olor a marihuana que desprendían unos rincones solitarios.
Las versiones de ocho minutos y las largas zapadas fueron demasiado para algunos veinteañeros, que se iban retirando con los oídos saturados. Para Young y su cada vez más reducido grupo de fanáticos todo era poco. Después de una versión impagable de "Motorcycle Mama", los bises se extendieron hasta la 1.30 de la madrugada. De los que quedaban, si alguien quería saber algo sobre el rock, tal vez lo haya aprendido esa noche húmeda y extraña en el Campo de Polo.
C.T.


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