Sergio Roulier
Al viejo Pichincha se lo conoce como Alberto Olmedo, pero esa zona del ayer de burdeles y prostíbulos hoy es el corazón de un nuevo y extendido barrio. Perdió parte de su identidad con el paso de los años, aunque su mística de barrio de noche sólo cambió de protagonistas: antes eran los hombres adultos, ahora son los jóvenes. Se encuentra en un punto estratégico de la ciudad, sus vecinos se vanaglorian por el servicio de transporte -tan escaso en otras barriadas-, y perdura el espíritu de pueblo grande. Tomó impulso en los últimos años, quizás a partir del reciclaje de la estación Rosario Norte, y se perfila como un sector de bares y pasatiempos, cerca del centro y camino al norte, hacia adonde apunta el desarrollo de Rosario. Alberto Olmedo -aunque muchos reniegan de haber sacralizado al Negro en una chapa- abarca más cuadras de lo que fue Pichincha o Sunchales, alrededor de la terminal ferroviaria. Se extiende más allá de Salta, y su ritmo tiene más que ver con el centro. Supera la avenida Francia y llega hasta Cafferata, donde los límites se confunden con la zona de la terminal de ómnibus y otro mundo se mueve de ese lado. El sector con más auge es el de Callao hacia Oroño. Allí se ha corrido la movida nocturna de la ciudad, con nuevos bares, restaurantes, pizzerías y pubs. La idea es reciclar inmuebles y rescatar la mística de los bodegones, con una cuidada decoración. El paisaje se acompaña con casas y edificios renovados. Y sobre Rivadavia está todo el ruido. Es una avenida promovida para la instalación de boliches bailables, donde ya hay tres y se vienen otros dos, para pesar de los vecinos. Del viejo Pichincha quedó la mística de una zona de noche, con chicas que venden sexo en la puerta de dos whiskerías, bares para adolescentes de porrón y adultos del champán. Madame Safó sobrevive como hotel alojamiento y el nuevo mural que recrea los años dorados acerca el pasado más conocido. Todavía perduran largos pasillos con departamentos y edificaciones de principios de siglo. Muy pocos han quedado y la idea de convertir al barrio en un San Telmo o Pompeya rosarino quedó atrás, según Roberto Wersio, un docente historiador de la zona. En un barrio en el que su presente vive mucho del pasado, hay códigos que regulan esa vida. Así el tradicional bar El Resorte se recicló y dividió sus ambientes, uno más típico y otro más moderno. Pero su dueño, no conforme con ello, abrió otro local sobre Callao para que los más veteranos sigan timbeando como en otros años. El barrio se perfila también hacia la cultura. Hay galerías de arte, locales para muestras y reductos ideales para la lectura. Tiene una revista propia República de Pichincha y una serie de personajes que recorren sus calles: Carlitos, el cuidacoches; el tapicero de Callao al 100 bis y Nita, la panadera; por citar algunos. El traslado de la Secretaría de Cultura a Rosario Norte y la apertura de avenida Francia le dieron otra vida al barrio. Hay locales en alquiler, nuevos negocios y gente que se ha mudado a ese sector. Aunque todo apunta a la noche o la diversión, de día el pulso lo ponen los chicos jugando en la calles y los estudiantes que van con sus carpetas y bolsos a cuestas. Hay una apertura interesante para el barrio en materia comercial e inmobiliaria. Y la zona de Francia se verá aun más beneficiada cuando se termine su prolongación hasta avenida Caseros. Difícilmente cambie su estilo de barrio cercano al centro y una historia marcada por los atractivos de la noche.
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