Jorge Salum
Técnicamente, parece que es posible que alguien haya manipulado el celular del concejal Luna para intimidar a Matilde Bruera. Lo dicen los expertos y lo ratifica el juez cuando archiva la investigación que apuntaba a dilucidar si había sido el edil el autor de la llamada. Políticamente, es probable que exista gente interesada en desprestigiar a Luna, a Bruera y a lo que ambos representan: una larga militancia en organismos de Derechos Humanos y, en el caso de ella, el patrocinio de causas por la averiguación de la verdad histórica, razones más que suficientes para conquistar enemigos en un país donde represores y genocidas circulan libre e impunemente. Si alguien lo hizo -ex represores, mano de obra desocupada, servicios retirados o en actividad, policías que pretenden blanquearse en la democracia enterrando su pasado como torturadores-, sabía a quién estaba golpeando: Luna no sólo es amigo personal de Bruera sino también el presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Concejo Municipal, que se creó por su propia iniciativa. La resolución de Pazos instala y deja abierta esa hipótesis: si no fue Luna quien llamó a Bruera, entonces alguien manipuló su celular para hacer que eso pareciera. Esa debería ser ahora materia de una profunda investigación, que arrancaría con un pesado estigma para la Justicia: desde 1983, los jueces provinciales jamás descubrieron a ningún responsable intelectual o material de una serie de atentados. Al margen de la necesidad de profundizar la investigación, y de que esa búsqueda llegue de una vez por todas a un resultado, Luna y algunos de sus compañeros de militancia no deberían confundir todo ni a todos. Cuando La Capital publicó el informe de Telecom Personal que reveló de dónde salió la llamada amenazante contra Bruera, el edil dijo públicamente que era víctima de una fantástica operación de inteligencia destinada a destruirlo políticamente. Jamás identificó a los supuestos autores, aunque habló de servicios y de gente que trabaja para ellos. Y su discurso fue lo suficientemente ambiguo como para interpretar que, al menos para él, el autor de la crónica -el mismo que firma estas líneas- y los editores responsables del diario formaban parte de la maniobra para perjudicarlo. El tiempo demostró que la información era correcta.
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