Año CXXXIV
 Nº 48.978
Rosario,
domingo  24 de
diciembre de 2000
Min 16º
Máx 32º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com





Exclusivo. En la Rosada no quedó nada en pie de la estética menemista
El delarruismo le puso su propio estilo al interior de la Casa de Gobierno
Un ámbito dominado por los arbolitos de Navidad, funcionarios de riguroso traje gris y apego al silencio

En la Casa Rosada parece no haber quedado nada en pie de la estética menemista. Las gruesas alfombras del despacho presidencial le dejaron paso a un rústico parquet. Es la mano de la señora, dicen las voces bífidas de palacio, en referencia al estilo delarruista. La señora es Inés Pertiné, esposa del presidente de la Nación.
El motor del equipo del aire acondicionado es el único ruido que atraviesa el despacho del primer mandatario. Un cuadro de fray Guillermo Butler (Capilla de la Estancia) es el solitario estandarte a las espaldas de la mesa principal que utiliza el jefe del Estado. Cerca de los ventanales que dan al Río de la Plata se ubica una obra de Molina Campos. Queda evidenciado que al presidente le apasiona el ambiente campestre.
En el intercomunicador figuran los nombres de las personas más funcionales a De la Rúa. Cristina, Ana, Ostuni, Aiello, Mozo y Edecán, se deja leer. Los bonsai, que tanto seducen a De la Rúa, fueron retirados hacia otro lugar.
En la antesala del despacho intercambian opiniones el secretario de Asuntos Especiales, Leonardo Aiello; el secretario de Cultura y Comunicación, Darío Lopérfido; el vocero, Ricardo Ostuni, y el asesor presidencial Raúl Zuza, un santafesino influyente en el edificio de Balcarce 54.
Los movileros de los medios porteños comienzan a invadir la Casa de Gobierno, las unidades satelitales toman posesión de las inmediaciones, al tiempo que desde un televisor instalado en cercanías de la Sala de Situación impacta el ya mítico cartel rojo de Crónica TV anunciando la gran novedad: De la Rúa y Chacho se reúnen en la Rosada.
Al entorno presidencial, la novedad no lo inmuta. Lo recibimos en casa, dice despreocupada e irónica una funcionaria, enfundada en un ajustado vestidito verde.
A las 18.10, el presidente saluda a los cronistas de La Capital y se niega a posar para un par de fotos. Lo hacemos después, aprovechemos el tiempo para la entrevista, recomienda. De la Rúa es, debe decirse, un hombre formal al que jamás se le escapan una carcajada ni un exabrupto. Aunque no lo exprese en palabras, le molesta el estigma que carga sobre sus espaldas desde que Antonio Cafiero dijo aquello de que no habrá domingo más aburrido que uno lluvioso, sin fútbol y con De la Rúa presidente.
Durante la entrevista se muestra como un presidente apegado al medio tono, aunque quiere resaltar que la herencia recibida es mucho más que una excusa para justificar todos los males de la Argentina. Por eso sorprende cuando carga las tintas contra su antecesor, Carlos Menem. El término blindaje se convierte en una especie de Superman, o un regalo de Navidad que le renueva algún brote de euforia.
Todas las personas que habitan en el corazón del poder durante la tarde del jueves parecen tener un rol que cumplir. Secretarias subyugadas por sus computadoras y funcionarios amables de riguroso traje gris se mezclan con los alumnos de una escuela del interior, que cumplen el sueño de la visita guiada al lugar donde se toman las grandes decisiones.
En el Patio de las Palmeras empieza a caer una lluvia molesta, que obliga a trasladar el escenario montado para un desconocido grupo de coreutas. Minutos después (ante un raquítico auditorio) la emprenderán con un clásico navideño: Noche de paz. Los periodistas que esperan a De la Rúa y Chacho se cansan de la guardia y se asoman a uno de los balcones para contemplar la escena.
En cada rincón del edificio hay un arbolito de Navidad. Pero el contraste más grande está a la salida de la Casa de Gobierno: un enorme y polémico pesebre está rodeado por un extenso vallado. Uno metros más allá, una decena de banderas rojas deja ver la inocultable realidad. Mojados por la lluvia cada vez más intensa, grupos de manifestantes piden la libertad de los presos de La Tablada, distribuyen volantes y organizan futuras marchas.
Ahora, el enjambre de cronistas corre detrás del ex vicepresidente Alvarez, quien prefiere eludir las cámaras y refugiarse en el interior de un modesto automóvil.
Cuando la tarde empieza a hacerse noche, la Casa Rosada queda desierta. El titilar de las lucecitas del pesebre es la única luz que se deja ver desde la histórica Plaza de Mayo. Cuatro policías intentan matar el tiempo hablando sobre la inminencia de las vacaciones y las puertas de ingreso quedan cerradas hasta el otro día.
Cerca de las 21, un automóvil con vidrios polarizados traslada a De la Rúa hacia Telefé, ámbito en el cual se encontrará con su imitador, pero también con la inesperada presencia del hijo de uno de los militantes del MTP, muerto en la toma del Regimiento de La Tablada. Era el final agitado de una agenda presidencial demasiado cargada.
M.M.


Notas relacionadas
De la Rúa: "Menem lideró el desastre"
De la Rúa aseguró que la reunión con Chacho demostró que la Alianza vive
Réplica a la incitación del juez Vázquez
Diario La Capital todos los derechos reservados