Fernando Avendaño (*)
El ingreso a la Universidad es un problema que merece una discusión profunda en los ámbitos en los que se diseñan las políticas académicas. No se trata de sostener, irresponsablemente, que es un dilema entre ingreso irrestricto versus límites al ingreso. Plantearlo en estos términos no sólo es irresponsable, sino también ideológicamente peligroso. No es cierto que exista una relación directa entre ingreso irrestricto y baja calidad de la enseñanza. En la época de la dictadura militar se restringió el acceso a los ámbitos universitarios y los niveles académicos descendieron notablemente gracias, entre otras causas, al exilio forzado de docentes, la desvalorización de la investigación y el control y la prohibición de material bibliográfico. Un cambio en las modalidades de ingreso a las universidades requiere de un cuidadoso estudio. No siempre los exámenes son el instrumento más idóneo para determinarlas. Numerosas investigaciones en Latinoamérica muestran que los aspirantes de los sectores sociales más desfavorecidos no tienen posibilidad de ingresar a la carrera que eligen por no poder competir con los puntajes que obtienen quienes pueden solventar preparaciones privadas. Estos exámenes no contemplan ni el esfuerzo ni el desempeño escolar de los alumnos en su biografía escolar, más allá de sus posibilidades económicas y de sus oportunidades sociales. Tomemos conciencia de la injusticia social que implicaría esta modalidad de ingreso y el grave daño que se estaría haciendo a cantidades de jóvenes a quienes se les negaría la posibilidad de desarrollar sus capacidades por el solo motivo de no encajar en el prototipo de alumno previsto por el instrumento de evaluación. No debemos olvidar que la Reforma Universitaria de 1918 abrió la fase de un cambio profundo en la democratización de la circulación de los saberes, al establecer la vigencia de la autonomía universitaria, la renovación de los contenidos y del cuerpo docente, además de la incorporación del cogobierno. Entre sus pautas principales se concibe la función de la Universidad al servicio de la formación de profesionales reflexivos y críticos; la investigación científica; los procesos de democratización y de la liberación de los oprimidos, para lo cual uno de sus postulados fundamentales es el ingreso irrestricto que garantiza la igualdad de oportunidades. Es cierto que las circunstancias sociales, políticas y económicas que contextualizaron la Reforma no son las mismas, pero también es cierto que ante el devenir de muchos acontecimientos que nos afectan profundamente como país, como Nación y como Estado hacen que sus postulados cobren inusitada vigencia. Como Universidad nos debemos un debate profundo acerca de las políticas de ingreso y las decisiones que se tomen al respecto deberán ser fruto del consenso de la comunidad académica en su conjunto y no producto de las decisiones aisladas y apresuradas. Los problemas se resuelven operando sobre sus causas críticas y no maquillando sus manifestaciones y sus consecuencias. (*) Docente de la licenciatura en Ciencias de la Educación de la UNR
| |