La doxa es un como un vestido social que oculta el cuerpo, a veces deforme, de quien lo lleva puesto. Es un muestrario de saberes compartidos y verdades pretendidas absolutas que cohesionan a una cultura determinada. En ella se encarnan lo mejor y lo peor de un pueblo que casi sin darse cuenta da rienda suelta a sus alegrías y sus tristezas. Mentiras verdaderas de Jorge Halperín es un aporte más a la infinita tarea de entender qué quieren decir las personas cuando utilizan envases discursivos preelaborados que nadie discute y alimenta. Todo comenzaría con un rumor, un relato sin pruebas que repetido hasta el cansancio se transforma, vil pero inexorablemente, en una verdad, o mejor, en una leyenda urbana que propondrá una verdad a medias. Porque en verdad nadie podrá, después de un largo tiempo de investigación como el de Halperín, ubicar a los protagonistas en la geografía del relato. Quienes esparcen la historia nunca tienen la referencia exacta de la víctima o el victimario. En consecuencia, nadie está tan cerca como para poder verificar los dichos. En ese tiempo de consumación el rumor centra su atención el autor. En la capacidad de las sociedades de representar sus reglas y normas en pequeños textos que al fin y al cabo no hacen más que desnudar su bagaje de creencias. Es así que con una liviana maestría, Halperín persigue esas leyendas que hablan de un amigo que se acostó con una chica y cuando se despertó se encontró con un mensaje en el espejo del baño que decía: Tengo sida o aquel que cuando se despertó tenía una cicatriz y se dio cuenta que le habían robado un órgano. Una forma de advertir sobre las malas compañías que en realidad son sólo desconocidas. O bien con el viejo rumor de que los cabecitas negras arrancaban los parquets de las casas que Perón les regalaba para hacer asado y urbana los inodoros para hacer macetas. O que los chinos comen ratas y encima las venden por pollo en sus restaurantes, que los laosianos se comieron los gatos de la zona del Jardín Botánico de Buenos Aires, o que en Rosario los filipinos se comían a los perros. Según Halperín, la mayoría de estas leyendas tiene que ver con el temor a lo extraño que se traduce en xenofobia y racismo. Son formas de aplacar el miedo a nuevas formas de cultura estigmatizándolas. Con Mentiras verdaderas, Halperín consigue husmear no en la literalidad de los relatos, sino en las verdades que los rumores dicen elípticamente. Un libro que encuentra en la doxa los pormenores del deseo colectivo y sus terribles consecuencias. O.V.
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